Metafóricamente hablando

Nada, todo, nada

Nunca lloró en su presencia, pero llevaba mal la separación y era difícil redactar el Convenio Regulador

Alas cinco en punto de la tarde tocaron a la puerta, llegó puntual como siempre, y ella salió a recibirlo con curiosidad sobre el asunto que le traía de nuevo a pedir su consejo. Le conoció hacía unos diez años, llegó al despacho hundido, incapaz de comprender qué era lo que le había sucedido y sin la más mínima idea de cómo iba a salir de aquella situación. Ella, habituada como estaba por su profesión a lidiar con estas situaciones, comenzó por donde siempre: “esto es algo normal, no pasa nada, muchas personas pasan por lo mismo y lo superan, esto no es un fracaso personal…”. En fin, que siguiendo el manual y las enseñanzas de sus maestros, comenzó por darle consejos de amiga (aunque lo acabara de conocer), para seguir con la labor de ayuda sicológica, y finalmente asesorarle sobre sus derechos y obligaciones a partir de ese momento, es decir cincuenta horas de voluntariado, para realizar el servicio contratado y único por el que iba a cobrar sus honorarios. De aquella época solo recordaba sus miedos y la obsesión de que no podría vivir sin ella, porque formaba parte de sí mismo como una segunda piel. Nunca lloró en su presencia, pero llevaba mal la separación y era difícil redactar el Convenio Regulador: eso de dividir las cosas, los libros, el hogar, los recuerdos…, todo le abrumaba y seguía empeñado en que esa sensación de identidad con ella nunca cambiaria. En una de las citas, y harta de sus delirios, se le ocurrió decirle algo que había leído a un filósofo: “las parejas, cuando se divorcian, vuelven a su estado natural. Antes de conocerse no eran nada el uno para el otro, después lo son todo, y cuando se separan vuelven a ser nada”. Recordaba aún su furia cuando escuchó esas sandeces (según él), eso era imposible, decía que más de veinte años juntos, un hijo en común, todas las vivencias compartidas, tenían que dejar una huella indeleble, nunca sería NADA para él. Tal era su convicción que a ella misma la convenció, así que superada la primera fase, decidió centrarse en la liquidación de los gananciales, a ver si con un poco de suerte, firmaban el acuerdo y podía cobrar por su trabajo, porque mucha queja, mucha ayuda, pero el parné lo seguía teniendo en su cuenta. Y, como todo en la vida, llegó el final del viacrucis cuando firmaron el divorcio en el Juzgado, ya sin dirigirse la palabra entre ellos, algo que no le pasó desapercibido. Al tiempo, se encontraron en una fiesta, y acercándose a ella, le dijo emocionado: “tenías razón, fuimos nada, después todo y ahora nada, cuando me la encuentro me parece tan extraña y tan ajena, que me pregunto como pude vivir con esa prenda tantos años”. Quedé conmocionada, no podía creer lo que me estaba diciendo, realmente el tiempo lo cura todo, y eso no lo tenía que decir un filósofo, bastaba con vivir lo suficiente.

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