cuchillo sin filo

Francisco Correal

Cuestión de profilaxis

21 de octubre 2011 - 01:00

MI hijo, que acaba de cumplir cinco años, llegó a casa con la hucha del Domund. "Para los niños pobres", le dijo una de sus hermanas. Y el rey de mi casa dijo algo que produjo el asombro de la familia: "Pues papá de niño era pobre y no se quejaba, porque en su casa no había televisión". La ETA empezó a matar cuando la televisión era en blanco y negro. Ha sido la auténtica dictadura, pero estuvimos demasiado tiempo con una venda en los ojos.

Hace diez años y cinco días, volvía con mi hija Carmen de la clase de Inglés. Ella tenía seis años y venía muy contenta porque en el periódico le hice una buena recaudación para la hucha del Domund. La calle Jesús del Gran Poder estaba cortada, con estruendo de sirenas y mucho policía. Dos matones entraron en la consulta de Antonio Muñoz Cariñanos y delante de una paciente lo mataron a sangre fría. Casi todos los días del año paso por la puerta de su clínica, leo su nombre, veo su efigie y pienso en la inutilidad de esa muerte. Una de tantas. A veces, recuerdo el título de la novela de Boris Vian: Escupiré sobre vuestra tumba. Fernando Buesa en Vitoria o Martín Carpena en Málaga dan nombre a pabellones deportivos, y a veces resuenan los marcadores asociados a un recuerdo convertido en abstracción, en costumbre, cuando no en indiferencia. ¿Para qué? Los familiares de los presos etarras insisten en la medida de gracia de una acercamiento de sus familiares. Muchos de esos son especialistas en la materia: se acercaron a la víctima y la asesinaron. Así con Gregorio Ordóñez, con Ernest Lluch, con Fernando Múgica, con tantos servidores públicos. Con Miguel Ángel Blanco, aquel joven concejal de Ermua que era seguidor de los Héroes del Silencio.

Estos antihéroes anuncian ahora el silencio de las pistolas. ¿Porque han encontrado otras herramientas más eficaces? Esa profilaxis, esa estética de la no-muerte como estrategia igual, hay que agradecérsela a ese quilapayún de andar por casa que vino de vacaciones a Donosti para jugar a los cuarenta de Ayete. La noticia de la última tregua de ETA me la dio el hombre que nunca antes había dado una noticia: Juan Eslava Galán, siempre inmerso en sus archivos y documentos añejos. Fue en la peluquería de Manolo Melado, mentidero privilegiado de la calle Amor de Dios.

30 de enero de 1998. Alberto y Ascen salían de tomar una copa en el bar Antigüedades. El estruendo de los disparos sonó en las dependencias del Palacio Arzobispal. Eran jóvenes, no conocieron el siglo XXI, el euro ni las albricias euskaldunas, dejaron tres huérfanos a los que nadie acercará jamás a sus padres. Por la vergüenza de esa desarmada vencible.

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