Rafael Leopoldo Aguilera

Desencanto español

Una gran parte de ciudadanos/as estamos incomodados de que se use en vano el nombre de España

Todo cuanto está sucediendo en España es de un desencanto espiritual abrumador, no religioso, que también, mires hacia dónde mires. Ahora resulta que estamos en un país sin hacer por una incapacidad terrible de sus gobernantes, los de antes por ser vetustos intelectuales que no entendieron la sociabilidad de la lucha de clases y los separatismos, los de ahora por esgrimir a raudales una insocializada y ocasionalista tecnocracia televisiva y los del futuro por su juvenil profesionalización sin determinismo vocacional.

Pasaron de ideólogos a gestores y viceversa, saltando en la política, no encontrando que la armonía y la plenitud de la gobernanza de los intereses generales y sociales de la sociedad civil se encuentran en el respeto a la libertad individual y no en transmitir, a un lado y otro, una frustración continua en vez de una ardiente esperanza. Lo peor de todo, que quienes lo están pasando mal, son los gobernados, son los que están sufriendo la enorme crisis de los valores nacionales más que nadie, especialmente, quienes no tienen trabajo, a ellos son a los que realmente pesa la desigual situación, con peso agobiador sobre los hombros de nuestra machadiana España.

Una gran parte de ciudadanas y ciudadanos estamos incomodados de que se utilice en vano el nombre de España por quienes desde una visión intransigente se regodean todos los días con interpretaciones triviales del presente de España y con las exégesis sórdidas de su histórico pasado. ¿Por qué quienes se sienten españoles, profundamente españoles, llevándolo en el tuétano corporal, no pueden sentirse auténticamente libres y dignos en todo el territorio nacional? España es algo más, mucho más que un ideario político y un estremecimiento de nostalgia y melancolía, es un sentimiento de elegante amor, la amamos aún más, a sabiendas que lo que no nos gusta de nuestras tierras con voluntad altruista es perfeccionarla por cada ciudadano/a en donde esté ejerciendo su impronta personal y profesional.

Aunque no está de moda, muchos de los que nos precedieron, incluso en el dramático exilio, fallecieron llevándose consigo como sagrada mortaja, simultáneamente al hábito penitencial, los símbolos más venerados de este país, y que ni la sacramental o agnóstica expiración rompieron ese vínculo místico entre la conjunción del alma, el corazón y la razón de ser y haber pertenecido a nuestra querida y amada España.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios