Eco y narciso

Los estrategas de imagen no cobran para proteger a los ciudadanos, sino para mantener firme y erecta la verga de la que colgará un cartel electoral

Cuenta Ovidio que a la ninfa Eco la habían castigado a no poder sino repetir la última palabra de todas las que oyera. Un día, al ver a Narciso, mancebo bello como ninguno, quedóse transida de pasión. Seguía sus pasos y, cuando él preguntaba quién andaba por allí, ella sólo acertaba a repetirle: "¡Ahí! ¡Ahí!". No había modo de entenderse. Ella se le acercó, abiertos sus brazos y él la despreció: se pensaba demasiado hermoso para entregarse a nadie. Eco se consumió de dolor hasta que sólo de ella quedó una voz resonando en los riscos. Narciso, un día, se acercó a un estanque y en las claras aguas vio el rostro de la persona más bella que nunca había conocido: intentaba tocarlo y se le desvanecía. Acabó, desesperado, dándose muerte porque su propio reflejo no le correspondía.

Nuestros días son refractarios a cualquier discurso que provenga de fuera de las versiones interesadas que diseñan los gabinetes de comunicación. Los estrategas de imagen no cobran para proteger a los ciudadanos, sino para mantener firme, enhiesta y erecta la verga de la que colgará un cartel electoral. Autosuficientes en su belleza, independientes en sus objetivos, soberbios desdeñan la voz que les llega desde los balcones y se dan gusto a manos llenas con su propia valía. Creo que no nos sorprenderá a nadie darnos cuenta de que en esta crisis buena parte de los esfuerzos de los partidos ha terminado centrada en arrearse garrotazos unos a otros a la vista de una ciudadanía encerrada y cercada por las redes sociales. Los mitos tienen la poderosa capacidad de hablarnos a miles de años de distancia como si estuvieran junto a nuestros oídos: sólo necesitamos paciencia para escucharlos y discernimiento para entenderlos. En esta crisis hay demasiado Narciso mirándose en las límpidas aguas del estanque y, como la madrastra de Blancanieves, preguntándole al espejito mágico quién hay que valga más. Esos Narcisos vagan por los bosques de la comunicación sin prestar oídos a los ecos de un rumor sordo que va creciendo con los días. Su incapacidad de trabajar por el bien común los aleja de los votos que cuentan. Ya llorarán cuando, al mirarse en el estanque de la democracia, comprendan que los ciudadanos pedíamos responsabilidad, no pan y circo. Lamentarán haber pensado en sus expectativas electorales más que en el país. Miles de años después, Eco podrá proclamar su victoria sobre el ególatra Narciso.

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