Escándalo público

El exhibicionismo obsceno de dos ancianos parece contrario a las maneras de la vejez, pero se trata de la general cautela

El escándalo público era la forma de denominar, hace algunas décadas, el delito de exhibicionismo que se establece en el actual Código Penal, de modo que "el que ejecutare o hiciere ejecutar a otra persona actos de exhibición obscena ante menores de edad o personas con discapacidad necesitadas de especial protección, será castigado con la pena de prisión de seis meses a un año o multa de 12 a 24 meses". Cuestión importante, a tal efecto, es la de atribuir el carácter de obsceno al exhibicionismo, porque la moral sexual como, en general, los modos y maneras sociales cambian, notoria y a veces rápidamente, con el paso del tiempo.

Dos ancianos con más de setenta años, en un parque de la ciudad de Zamora, no tenían reparo alguno en practicar sexo oral, con una felación que realizaba la mujer a plena luz del día -el convenido modo de decir que sin ocultarse- y ante muy numerosos testigos, entre los que se encontraban menores de edad que no salían de su indescriptible asombro. Poco más hacía falta para que uno de los concurrentes grabara un vídeo, que circula "viralmente" por las redes sociales, ya que a los ancianos importaba poco ser observados en tan íntimo ejercicio. La policía local intervino, informó a los ancianos del delito que podían haber cometido y les advirtió de la gravedad de sus actos, sobre todo, ante la presencia de menores. En las redes, por otra parte, la circulación del vídeo da para comentarios de muy diversa condición, ante el argumento y la edad de los protagonistas.

Cicerón, en De Senectude, obra escrita en el siglo I a. C., pone en boca de Catón el pensamiento de Arquitas, filósofo contemporáneo de Platón, para el que "ninguna peste tan fuerte había sido concedida a los hombres por la naturaleza como el placer corporal, pues los deseos desenfrenados incitan sin control al goce". Y de esta manera procuraba enseñar a dos jóvenes, Escipión y Lelio, ya que, ante el prodigioso don y regalo de la mente, hecho por la naturaleza o la divinidad, no existía más enemigo que el deleite del cuerpo. Concluía, entonces, haciendo comprender a los dos jóvenes que "si no podemos rechazar la lujuria, ni con la razón, ni con la sabiduría, se ha de estar inmensamente agradecidos a la vejez que se encarga de que no gocemos de lo que no nos conviene". Los ancianos de Zamora acaso estén en desacuerdo con Cicerón, pero deberían haber sido más cautos, que nos castos, ciertamente.

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