Matar un gallo

La vida rural no solo participa de armoniosas virtudes arcádicas, sino que también ocasiona reñidos pleitos

El objeto de los litigios judiciales dice bastante de los contratiempos -mayores y menores- que afectan a las partes en conflicto. Que moleste el brioso quiquiriquí de un gallo, cuando despunta la mañana, y acaso con ello se rompa un placentero y sereno sueño, puede ser objeto no solo de considerandos y fallos judiciales, sino de regulación legislativa, como el parlamente francés acaba de hacer a fin de proteger el "patrimonio sensorial". Ponerle nombre a las cosas importa no poco. Y, todavía más, acercar con las denominaciones. Porque este patrimonio sensorial es un misceláneo catálogo en el que figuran tanto el olor a estiércol o establo -los perfumistas galos no es previsible que tomen inspiración- como el cacarear de los gallos, el estridular de las cigarras -los chirridos y estridores de su canto-, el rebuznar de los burros, el croar de las ranas o los repiques de las campanas de la iglesia.

Acaso con la atenuante del descanso y el sueño alterados por el confinamiento, en mayo del año pasado un sujeto, fastidiado por las ínfulas cantoras del gallo de su vecino, resolvió matarlo sin contemplaciones, para que el luto tomara forma de silencio tempranero al clarear de los días. La particular, bulliciosa y, no se olvide, relativa solidaridad de las redes sociales reunió hasta cien mil quejas y protestas. De modo que, algunos meses después, una ley establece la defensa del patrimonio sensorial; aunque pueda adelantarse la necesidad de un reglamento -el celo del ordenancismo multiplica las regulaciones- que determine la composición de tan subjetivo e interpretable patrimonio. Sin necesidad de tomarse la justicia por su mano, vecinos menos perturbados que el matador del gallo también acudieron a los tribunales para denunciar a otro gallo cantarín que alteraba la tranquilidad doméstica del alba, cuando el sueño todavía es una serena quietud bajo las sábanas, antes de la remolona dilación del levantarse.

Luego la vida rural no participa solo de virtudes arcádicas, con la bondadosa asistencia de la armonía y la confraternidad en una idílica utopía pastoril, sino que también ocasiona pleitos cuando al campo acuden quienes no participan de la vida rural más que en escapadas de ocasión. O están acostumbrados a la alarma del smartphone, hecha a medida de sus veleidades caprichosas, pero no al desahogado cantar de los gallos en la disciplina del corral y a las emanaciones ruralmente domésticas del gallinero.

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