La Rambla
Julio Gonzálvez
Paz y felicidad
EL epíteto "merdellón", que se usa en Málaga como sinónimo de "gentuza", tiene su origen en la ocupación napoleónica de España; un contexto en el que, como es bien sabido, los borbones entregaron el trono a Napoleón a cambio de protección. La porción más ignorante del pueblo español, azuzada por los curas y un ridículo patriotismo, se levantó en armas contra el invasor creyendo ingenuamente que el gabacho tenía secuestrados a los reyes. Los soldados franceses llamaban despectivamente "merde de gens" a los patriotas españoles y en Málaga, al parecer, los paisanos hicieron suyo el improperio castellanizándolo. Mierda de gente o gente de mierda que, para el caso, es lo mismo. El insulto sería una anécdota si no definiera a la perfección la mezquindad de una parte en absoluto desdeñable del pueblo español. Antes y ahora. En aquel momento -como en otros posteriores- una sociedad atrasada e inculta, presa de miedos, supersticiones y credos religiosos, resignada y transigente con su condición de súbdita, decidió nefastamente su futuro, decantándose por la opción más oscurantista y retrógrada. Si Francia representaba entonces la revolución y la libertad, el nacimiento de la Edad Contemporánea tras la caída del Antiguo Régimen, aquí preferimos mantener la condición de siervos de la gleba. Vivan las cadenas; así nos fue y nos va. En casi todos los momentos históricos en los que el pueblo español sentencia su futuro escoge siempre la opción más negruzca, la más putrefacta y conservadora, hasta hoy mismo, retratándose, una vez tras otra, como sociedad involucionista. Un pueblo que no lucha por sus derechos es indigno. Somos, en definitiva, unos mierdas. Unos mierdas acojonados, presas fáciles del miedo y, al mismo tiempo, unos retrógrados intelectuales; criaturas serviles que temen ser represaliadas y se genuflexionan sistemáticamente ante el trono y el altar. Hordas de merdellones ejercieron como tal en los últimos comicios, unos yendo a votar corruptamente a las opciones más corruptas y conservadoras y otros quedándose en casa a verlas venir. En todo caso, como siempre sucede en esta miseria de país, el resultado fue expresión del miedo y sentenciamos nuestro futuro para muchísimo tiempo. Que nadie se engañe: el tren solo pasa una vez y aquí nunca lo cogemos a tiempo. Mierda de país.
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