República de las Letras

PÍCAROS NO: GOLFOS

Saben que no hay forma, en una vida honrada, de ganar lo suficiente para comprar Twiter por 43000 millones

Este es un país de pícaros. Los pícaros actuales no son los que le chorizaban unos sorbos de vino al ciego al que servían, como nos describía El Lazarillo de Tormes, ni aquellos niños de la calle que se sabían todas las trampas de los juegos de cartas que describió Cervantes en Rinconete y Cortadillo. Tampoco aquellos conversos que llegaban a lo más ruin por dinero o medro, como nos contaba Quevedo. Ni siquiera esos estudiantes juerguistas que andaban rondando a las muchachas cantando y tocando guitarras y bandurrias, dejando en el diccionario las denominaciones tuno y tunante como sinónimas de pícaro. Esos pícaros, al fin y al cabo, fueron solo productos del hambre. En la posguerra española ya se les denominaba chorizos y no pasaban de ser lumpen, barriobajeros y gentuza en el buen sentido de la expresión. Los pícaros actuales son golfos. Los golfos no se deben confundir con los golfillos, niños callejeros, rambleros, tirachineros, ladronzuelos en huerto ajeno, timadores, araneros, robagallinas, churretosos, rotos, mocosos y legañosos, un género humano, producto también de la hambruna de la posguerra, que ha evolucionado. No. Los pícaros actuales, los golfos, son gente bien. Algunos, incluso, descendientes de antañones linajes aristocráticos. Otros, trepas políticos. Y otros, muchos, avisados que saben estar en el sitio exacto en el momento justo, conocen a los primos de los políticos y saben las teclas que hay que pulsar para que pite la flauta del dinero, y no por casualidad. España está lleno de estos. Suelen ser patriotas de banderita de pulsera, odiadores de la izquierda y de la democracia, play boys, bonvivants, algunos incluso salen en revistas del corazón. Esta gente ya no se mueve por cuatro cuartos, sino por millones. Son capaces de engañar a los partidos haciéndose pasar por agentes del CNI y a los ayuntamientos vendiéndoles -un ejemplo- mascarillas a precios inflados a cambio de soberbias comisiones en el punto álgido de muertes de la pandemia. Y se lo gastan en Rolex, Ferraris, yates y viajes a todo lujo. Son émulos de los que, al caer el bloque soviético, se hicieron con grandes negocios e influencias cerca del nuevo poder ruso. A esos quieren parecerse. Porque saben que no hay forma, en una vida honrada, de ganar lo suficiente para comprar Twiter por 43000 millones de dólares o crear una empresa de 65000 millones… si no es haciendo trampas.

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