En tránsito
Eduardo Jordá
Mon petit amour
Poco a poco el Papa Francisco actualiza la condición de aquellos viejos pecados capitales que aprendimos en la escuela con el catecismo del padre Ripalda, tales eran el de soberbia, envidia, gula, lujuria, ira, avaricia y pereza. De tan sobados como están, la Penitenciaría Apostólica ha dejado de considerarlos más un pecado contra Dios que contra la sociedad.
Aunque, de entre todos esos pecados capitales, son los de soberbia e ira con los que la derecha afea la política y enreda las relaciones con el resto de fuerzas políticas del brazo de la extrema derecha, haciendo inviable la alternancia en el poder con el PSOE. Así, abrazados a esos pecados capitales crean crispación, como materia prima de su condición, rozando la estabilidad democrática de un país al considerar que el Estado, como una gracia divina, es patrimonio de la derecha.
Pero a esa derecha le sobran contradicciones sesgadas por intereses diversos; le faltan reglas de responsabilidad individual, precisamente en unos momentos tan difíciles de garantizar la salubridad política en inciertos períodos tan explosivos socialmente como el actual, y tan jurídicamente confuso, a causa de una farragosa ingenuidad del PSOE en el pacto con los nacionalistas. .
Y no hablo del comportamiento de ciertos personajes de esa derecha que incitan volver a las manos, que no, y sí de que se ha de tener cuidado con esta tan nuestra arraigada crispación nacional que, según el principio de conservación de la materia de Lavoisier, ni se crea ni se destruye, tan sólo se transforma, como los hidratos de carbono que no desaparecen, sólo te engordan.
La derecha “salvaespañas” ha convertido la soberbia en iracunda materia que opaca la visión del bien común en triste obstinación ante las cosas reales por las que se deberían luchar: el abandono de las fuentes de riqueza verdadera que aún nos quedan, como los acuíferos de Doñana; la estabilidad en el empleo o el deterioro de la renta familiar; las huellas que ha dejado la pandemia en nuestra estructura social y económica, junto a la corrupción, cáncer de la democracia, que parece resbalar a la derecha.
Sin embargo, me queda la duda teológica de si esta derecha antropológica y nacionalista, tan vieja como Adam Smith, con su visión soberbia del juego político ofende tanto a Dios como la izquierda que, por pereza ideológica, asume la inevitabilildad histórica de los gobiernos de derechas y decide abstenerse. Grave pecado este de la abstención que el Dicasterio Vaticano aún no incluido en el relato de pecados capitales.
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