José Manuel Bretones

Santi, el alcalde del pueblo

CONOCÍ a Santiago Martínez Cabrejas en el verano de 1982, cuando la primera legislatura democrática municipal tocaba a su fin. El alcalde lidiaba, desde 1979, con una Corporación muy peculiar y demasiado heterogénea. Junto con ediles de UCD, del Partido Comunista, del PCE o del PA él y su PSOE obtuvieron el gran éxito de poner las cosas en orden en un Ayuntamiento desorganizado, donde antes se había gestionado mirando sólo los intereses personales y en una ciudad descuidada por la Administración central.

Recuerdo que, tras el pregón de aquella feria del 82, pronunciado por José Luis Ortiz Nuevo en la Plaza Vieja, Santiago confesó a los periodistas que sería el último año con la feria en Oliveros porque él prometía que pronto un nuevo y moderno recinto ferial se construiría detrás de la Térmica (lo que hoy es el Parque de las Familias). Ese "pronto", como lo expuesto por todos los políticos de los ochenta, había que ponerlo en cuarenta y quitarle la subjetividad de la promesa electoral porque, si bien es cierto que la feria terminó yendo allí, costó mucho sufrimiento y largos años de desesperante espera.

No obstante, Martínez Cabrejas tenía la virtud de su credibilidad y su apego al pueblo. Cuando en la legislatura de 1983-87 gobernaba la ciudad con 18 de los 27 ediles -como ahora Luis Rogelio- Santiago recibía en su despacho a gentes de los barrios que llegaban al Ayuntamiento en chancletas y bata guateá para explicarle que carecían de agua, luz o recogida de basura.

"Díle a Santi -argumentaban los vecinos al municipal de la puerta- que soy fulanito de tal, que jugaba con él en el Plus Ultra; si sabe quién soy…". Y sabiéndolo, o no, el alcalde atendía en su despacho a quien llegara con alguna queja. No se cómo lo hacía pero cuando cuatro o cinco años después el vecino regresaba al Ayuntamiento reclamando las mismas mejoras, volvía a salir del despacho con una sonrisa de oreja a oreja y convencido de que Santi atendería, o escucharía, su súplica. Por eso, creo, que gobernó Almería siempre que se presentó como candidato. Cuando había una situación adversa se paseaba por los barrios y volvía a la Plaza Vieja con el control de la situación y con los vítores frescos en los oídos.

Pese a cubrir la información municipal durante muchos años, no pude hacerle tantas entrevistas como me hubiese gustado. El tono crítico de mi periódico no era bien recibido en el equipo de Gobierno socialista y muchos de sus ediles, no él, ponían demasiadas trabas al derecho de la información. No obstante, a finales de los ochenta, tomando algo en el desaparecido "Café El Paso" de la calle Mariana me confesó que él nunca negociaba con los vecinos cuando éstos llegaban al Ayuntamiento avalados por intransigencia y que ese acercamiento con la gente era "un patrimonio personal que cedía al servicio de la ciudad".

Santiago fue alcalde después de tres elecciones municipales consecutivas, pero el destino quiso que en Junio de 1999 repitiera como Presidente de Corporación. Hubo una muy buena campaña de comunicación, donde el resto de candidatos del PSOE (Juan Rojas, Martínez Soler, Naveros…), se presentaban como "soy del equipo de Santiago". El marketing, por fin, sacó rédito de su comunión con el pueblo; más aún, cuando en la recta final de la campaña se acentuó su imagen de honorabilidad al reconocer que, pese a haber sido alcalde tanto años, pagaba tasas municipales con recargo "porque no tenía dinero".

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