La Rambla
Julio Gonzálvez
Paz y felicidad
Santiago Apóstol hijo de Zebedeo y de Salomé fue el hermano mayor de San Juan Evangelista. Su profesión fue la de pescador. Su celo ardiente por Jesucristo se descubre en el episodio relatado por Lucas (Lc. IX. 54) cuando con su hermano Juan pide al Señor que baje fuego del cielo sobre los samaritanos, que no quieren dar albergue al Salvador, cuando iba a Jerusalén. Este y otros rasgos parecidos del carácter de ambos hermanos debieron dar ocasión al sobrenombre que el Señor les impuso de “Hijos del Trueno” (Mc. III. 17) Los de Caballería siempre hemos visto en Santiago el arrojo, el valor, la acometividad del tigre y la fiereza del león.
Según la tradición, el Apóstol desembarcó en las costas de la Bética, siendo estas tierras, por tanto, las primeras que recibieron la palabra de Santiago en la Península Ibérica. Predicó a continuación en Braga, Iria y Zaragoza. Pudo recorrer la Península por las vías romanas de Itálica, Merida, Coimbra, Braga, Iria, Lugo, Astorga, Palencia, Osma, Numancia y Zaragoza. Desde esta ciudad, por la vía Augusta de Tortosa, llegó a Valencia y Chinchilla, para embarcar en un puerto murciano o andaluz en las naves de Oriente y regresar a Palestina. Debió de estar en tierras gallegas unos dos años aproximadamente entre finales del 40 y principios del 42. Siempre, según la tradición, después del martirio sus seguidores recogieron el santo cuerpo, lo llevaron hasta Joppe (actual Jaffa, unida a Tel-Aviv desde 1949) y allí lo embarcaron, trasladándolo hasta las costas de Galicia. Una vez en Iria Flavia, caminando unas cuatro leguas por la vía que conducía a Brigantium (actual Betanzos) llegaron a Liberodunum donde sepultaron el cuerpo del Apóstol. Allí levantaron un mausuleo, y recuerdo del mismo es el nombre de Arca Marmórica que dan al sitio los diplomas de Alfonso III, Ordoño II, Ordoño III y Sancho el Craso, contenidos en la tuba de la iglesia de Santiago.
La existencia del sepulcro del santo no tardó en ser conocida en toda España, pero el lugar del mismo, quedó ignorado y olvidado rápidamente, como consecuencia de las persecuciones a los cristianos. Hasta primeros del siglo IX se ignoró el lugar donde se encontraban las sagradas reliquias. El milagro del descubrimiento de la tumba de Santiago acaeció durante el reinado de Alfonso el Casto, siendo Teodomiro obispo de Iria Flavia. Un ermitaño de San Fiz dijo que en la penumbra había observado extraños resplandores en la montaña próxima. De inmediato se puso en marcha el obispo y un numeroso séquito, siguiendo el camino que le trazaba una estrella (de ahí el antiguo nombre de Santiago: Campus Stellae) y en una cueva encontró el sepulcro de mármol con los restos del Apóstol.
A finales del siglo XVI el arzobispo de Santiago Juan Clemente, escondió el cuerpo del santo ante la proximidad de los ingleses a la ciudad y el temor de que, por ser protestantes, destrozasen los restos. Ocupando el cardenal Payá la sede compostelana, se descubrieron nuevamente los restos del Apóstol. Después de un riguroso proceso, el Papa León XIII ratificó el 1 de noviembre de 1884 como auténticas las reliquias de Santiago y de sus discípulos Atanasio y Teodoro, encontradas en Santiago de Compostela.
Santiago y la batalla de Clavijo. Desde el convenio hecho por el rey Mauregato, los reyes cristianos se obligaban a pagar al moro el tributo de las cien doncellas. Según cuenta la tradición el rey Ramiro I en el año 884 se negó a seguir pagando este tributo y como consecuencia de ello Abderrahman II se enfrentó a las tropas cristianas en este pueblo riojano de Clavijo. El Apóstol Santiago se le apareció en sueños a Ramiro I y le prometió la victoria, tomándole las manos entre las suyas. Iniciada la lucha con nuevos bríos, Santiago se presentó montado en un caballo blanco, espada en mano, dirigiendo a las tropas cristianas y combatiendo contra los moros con tal ímpetu que causó más de 70.000 bajas en las huestes de Abderrahman II. Para conmemorar este gran triunfo sobre los moros en Clavijo, en el año 846 el rey de Castilla Don Ramiro I creó la Orden Militar de Santiago de la Espada. El Papa Alejandro III la confirmó el 5 de julio de 1175. “Para obtenerla ha sido indispensable haber servido ocho años en la milicia, y probar dieciséis cuarteles de nobleza de ambas líneas”.
Los monarcas castellanos se hacían armar caballeros en el Monasterio de Las Huelgas (Burgos) mediante el espaldarazo de una imagen sedente y articulada de Santiago, que existía en dicho monasterio, y tenían a gala llamarse “alféreces de Santiago”. Desde la Edad Media procede la costumbre de invocar a Santiago por las tropas y el grito de ¡Santiago y cierra España! Es síntesis de los más ardientes impulsos de la Fe y del patriotismo del pueblo hispano.
El Apóstol Santiago fue designado como Santo Patrono del Arma de Caballería el 30 de junio de 1846 por el Vicario General Castrense y el 20 de julio de 1892 se ratificó el exclusivo Patronato del Santo Apóstol para el Arma de Caballería por Real Orden. El 30 de junio de 1992 para conmemorar el primer centenario de Santiago como patrón del Arma de Caballería, se celebró un importante acto en la Academia de Caballería (Valladolid) al que asistieron SS.MM. los Reyes D. Juan Carlos I y Doña Sofía.
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