Siempre hubo clases

01 de mayo 2019 - 02:31

De pequeña siempre oyó aquello de que tenía que ser honrada y trabajadora. María no estudió, tampoco su marido. Como el salario de Manolo era escaso, tuvo que colaborar, limpiando casas. Su madre le decía: "siempre hubo clases, hija mía", y ella para sus adentros pensaba: ya me lo podías haber dicho antes. Hizo un cursillo de auxiliar para trabajar en ayuda a domicilio, mientras su marido fue despedido, sin motivo alguno. Lloraban los dos juntos, y un mar de aguas saladas inundaba su rostro, cuando miraba a sus dos hijos. Su Manolo percibiría una mínima indemnización, después de más de treinta años de trabajo, la reforma laboral hizo que tuviese que pagar el FOGASA, la ridícula cantidad en que se materializó su derecho, transformándolo de ciudadano en siervo, metamorfosis producida gracias a la crisis, que dejaba a los trabajadores a merced de su graciosa majestad, ya que vivía en un reino del siglo XXI. Ella tardó en encontrar empleo, una empresa de ayuda a domicilio para dependientes, el sueldo mínimo, pero la necesidad inmensurable. Pronto se encontró exhausta, física y sicológicamente, era un trabajo duro, que machacaba su cuerpo y su ánimo. Pronto sintió fuertes dolores, un cansancio infinito, y su estado de ánimo la hundía en una tristeza inexplicable, sus visitas al médico se hicieron un vía crucis diario, con frecuentes bajas médicas que mermaban su salud y la economía familiar, hasta que la administración le envió una carta diciéndole que podía pedir una Incapacidad, que le fue rechazada en menos que canta un gallo: "está usted como una rosa". Desde novios, nadie la había dicho una cosa tan bonita. No podía ni peinarse sin dolor, asear a un cuerpo abandonado a la gravedad era una utopía, así que con una rabia incontenible, pidió consejo jurídico. La sentencia fue de traca: se desestimaba su demanda porque el equipo médico valoró que "el día que acudió a la cita para emitir dicha valoración, estaba en toda su plenitud, se movía como una gacela y no le dolía nada, y ello a pesar de reconocer que padecía una enfermedad crónica". Estupefacta y derrotada, miró a su abogada y le dijo: pero como voy a trabajar, si apenas puedo mover los dedos sin dolor!!, a lo que esta no respondió, no tenía respuesta alguna. Ella sabía que las arcas de las pensiones estaban vacías, y no había en ese momento muchos trabajadores agraciados en el sorteo. Respondió ella: pero no somos todos iguales??. Si, TODOS SOMOS IGUALES PERO, UNOS MÁS QUE OTROS, ya lo dijo Orwell en su famoso libro Rebelión en la Granja, mucho antes de inventarse la crisis.

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