SANTIAGO Martínez Cabrejas nos ha dejado. Nos ha abandonado un magnífico alcalde de Almería. Nos ha dejado una mejor persona aún. Y en mi caso, he perdido a un gran amigo. Conocí a Santi presentándome en la puerta de su despacho de alcalde allá por 1983. Tenía 18 años y unas ganas inmensas de mejorar mi barrio, colaborando en levantar el proyecto de modernización de Almería que él lideraba. Tras presentarle esas como mis únicas credenciales, sonrió. Luego me dedicó un buen rato. Y salí de allí siendo el alcalde de Las 500 Viviendas. Más allá de eso, me fui con su afecto. Ese que jamás podré agradecer lo suficiente, como tampoco su inmensa confianza en mí, ni todos esos consejos que me ha ido regalando, el último cuando decidí dar un paso al frente para convertirme en el candidato del PSOE a la Alcaldía de Almería. Hablar de Santiago Martínez Cabrejas es hablar de un hombre honesto y sencillo, que antepuso los intereses de los demás a los suyos propios. En estos tiempos complicados para la política, es hablar del ejemplo a seguir para ser un buen político y el alcalde que tiene que tener una ciudad: Alguien pegado a la calle, conocedor de los problemas de la gente; alguien que no entiende de horas para buscar soluciones; y alguien que no renuncia a sus orígenes. Tuve el privilegio de ser teniente de alcalde y concejal de Obras Públicas de Santiago entre 1999 y 2003. Y les aseguro que la generosidad de la que hacía gala de puertas hacia fuera del Ayuntamiento, fue igual de enorme de puertas hacia dentro. Con su innata sabiduría, nos dejó trabajar con una autonomía que alimentó tanto nuestro compromiso con la ciudad, a la que él siempre amó incondicionalmente, como nuestros lazos de respeto y admiración hacia él. El Alcalde o el jefe, como me gustaba llamarle cariñosamente, nos ha dejado demasiado pronto. Pero yo, como muchos otros, seguiré guardando su voz, su sonrisa, y su ejemplo tanto en mi cabeza como en mi corazón. Eso, ante su dolorosa ausencia, me servirá de guía por siempre.

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