La tapia del manicomio

"Sturm und Drang"

Los medios actuales de cualquier chorrada crean una tormenta que nos caliente los cascos

Amediados del siglo XVIII -parece que fue ayer- se produjo en Alemania un movimiento de reacción contra los nuevos aires que había traído la Ilustración. Encabezados por Herder y Goethe, se llamaron "Sturm und Drang", que unos traducen tormenta y empuje, otros tormenta e ímpetu o, menos literal pero más literario, tempestad y pasión. Se apuntaron músicos como Haydn y poetas como Schiller. El movimiento duró poco, pero dio lugar a la desgracia del Romanticismo con su emanación el Nacionalismo, que tanta dolor ha traído a la humanidad, y que todavía es uno de los problemas/castigos más graves que nos aflige en este siglo XXI. Incluso en el terreno estético dejó buena muestra: cuando se viaja por Alemania lo que más sorprende, aparte de la abundancia de fábricas químicas y metálicas, es la gran cantidad de castillos semiderruidos excelentemente ubicados cerca de las ciudades. Parece que los hubieran hecho así expresamente para que el turista se introduzca en el espíritu del Romanticismo: esas ruinas que tanto aparecen en los cuadros de los pintores de la época y en las novelas (neo)góticas son motivo de muchas postales turísticas de hoy. Esta retrospectiva nos la ha recordado la actitud de muchos medios de comunicación actuales en su afán de captar al lector-oyente-espectador: de cualquier chorrada crean una tormenta que nos caliente los cascos y que nos empuje a vivir envenenados. La duda si eso es lo que quieren los lectores-oyentes-etcétera o es una "afición" inducida por los medios a sus lectores-etcétera. Nos parece una pregunta capciosa: es como lo del huevo o la gallina. Es claro que las masas se enardecen con el morbo, pero eso no justifica que los poderes públicos o los medios se dediquen a cultivar ese morbo. Por ejemplo, cuando las ejecuciones eran en plaza pública, estas se llenaban de espectadores, que madrugaban para pillar buen sitio. Si la audiencia hubiera sido el argumento máximo de estas ejecuciones, jamás se habrían llevado a espacios cerrados, ni mucho menos se hubieran suprimido, y así, estaríamos todavía celebrando grandes festejos con la quema de brujas, herejes, homosexuales, intelectuales y demás gentes de mal vivir. O sea, que los poderes públicos -y los medios son un poder- tienen la obligación de elevar el nivel ético y estético en lugar de atizar las bajas pasiones y la ramplonería.

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