Desde la fe

María Del Mar López Andrés

Ungidos para la sepultura

02 de abril 2010 - 01:00

Muerto y sepultado Cristo para vida nuestra, se viene al corazón, irremediablemente, una escena de anticipos y significado profético, relatada en los evangelios. Sucedió en Betania, a dos días de la celebración de la Pascua. Sólo el evangelista San Juan pone nombre a la mujer cuyo gesto sería recordado por los siglos.

Mientras cenaba en casa de Simón el Leproso, Jesús recibe el gesto amoroso y magnánimo de una mujer agradecida, permitiéndole que le unja con un costoso perfume. Esto escandalizó a Judas el traidor "porque era ladrón", utilizando hipócritamente la necesidad de los pobres. Curioso pretexto podemos hacer de los pobres.

No somos exonerados de atender a éstos; Jesús recuerda (o reprocha?) que "los tendremos siempre con nosotros". Ellos, singularmente amados y preferidos de Dios, constituyen una interpelación constante: ¿No seremos, en alguna medida, culpables de su pobreza, servidumbre de vida y decisiones a las nuestras? ¿Acaso no seré culpable de que el necesitado me necesite tanto y de cuánto necesite?

El servicio a los pobres no resta, sino que ahonda, afianza el reconocimiento de la grandeza del Dios que nos salva, o sea, la expresión sincera y amorosa, la ofrenda sacrificial de nuestro culto, como el de aquella mujer arrepentida y valerosa, resuelta al fiel seguimiento de quien le había perdonado. "Dejadla, ¿por qué la molestáis? Ella ha hecho una buena obra conmigo. Se ha anticipado a ungir mi cuerpo para la sepultura. Lo que ésta ha hecho será contado para memoria de ella".

Con palabras de San Ireneo, "La gloria de Dios es la gloria del hombre". Es éste quien necesita respetar y bendecir a Dios, alabar su gloria, agradecer sus dones, expresar su amor y pedirle su gracia y paz.

Donde Dios es excluido no es extraño que la persona pierda y no cuente derecho u obligación. Que del gobierno se haga abuso; del poder, desviación; que la vida sea aniquilada so pretexto de derecho; la libertad, envilecida; la codicia, ley; la mentira, norma de relaciones. Viernes Santo. Conforme a la costumbre funeraria de los judíos , el cadáver fue preparado para la sepultura, evocando sobre el sagrado cuerpo inerte, la unción del Ungido por Dios. Rodó la piedra y el cuerpo del Señor de la vida, fue sepultado. Siguieron horas desconcertantes para cuantos le amaban y no habían logrado aún entender su misión, para la salvación de toda la Humanidad, desviada del proyecto primero. Pero descubre la fe de quien lo encuentra, que la muerte quedó muerta para los que han vivido, ahora viven y moriremos algún día.

Sólo en María, Madre de Dios y nuestra, queda en esta hora de tinieblas el señorío integral de la esperanza verdadera.

-"Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá."

Por la fuerza de la fe en el Ungido de Dios, que me ungió por el Bautismo, empieza a resonar en esta tarde de sombras, la luz de la mañana venidera.

"Era verdad, resucitó, como lo había dicho". Vivamos el don y la dicha de esta vida regalada.

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