Urbanismo amable

Urbanismo amable

La manera de configurar los espacios de las ciudades preocupó desde la Antigüedad clásica. Como la sabiduría de esa época perdura en el tiempo, por resultar imperecedera e intemporal, suele adoptarse la disposición de las calles en ángulo recto, con las consiguientes manzanas o barrios rectangulares. Uno de los primeros urbanitas de la historia, Hipodamo de Mileto, así lo hizo en el puerto de Atenas, y Nerón, además de componer y cantar versos, con los que disimular su fiereza, también se aficionó al urbanismo para reconstruir la ciudad de Roma tras el incendio que la asoló. De manera general, corresponde al urbanismo atender las necesidades y hacer cómoda y llevadera la vida de los ciudadanos, así nombrados, en lo que aquí respecta, por ser naturales o vecinos de una ciudad, levantada con el diseño y la planificación del urbanismo. Cuestión principal, que no debería olvidarse o quedar subordinada a otros criterios, con merma de ese relevante fin. Pasear por esta plaza, entonces, puede ser buena muestra del urbanismo amable, una forma de decir complaciente, si es que provoca satisfacción o agrado. Aunque en esto influyen, claro está, las inacabables páginas del libro de los gustos, que no hacen fácil la conformidad, ni siquiera ante lo amable.

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