Medio siglo
Equipo Alfredo
Público y privado: el cuarto oxímoron
Afinales de los setenta vine desde Jaén a visitar a un viejo amigo de la universidad que, como tantos miles de almerienses, emigraban a vivir en el riesgo como un componente esencial de supervivencia. Almería, entonces, se me presentó como una ciudad partida en dos. Décadas más tarde, cuando volví para quedarme —ya a finales de los noventa—, la ciudad seguía dividida, como si nada hubiese cambiado, como el desgarro de un amante frente a la indiferencia del otro. Una parte era aquella Rambla herida y destartalada, sucia, sin interés. A ratos, si llovía, se formaban charcos de agua estancada que acabarían en un mar ajeno a la ciudad. La otra la marcaba el paso del tren, un estruendo de hierros que atravesaba una estación solitaria, como una brasa encendida en mitad del secarral. Y, sin embargo, los niños saltaban de un lado a otro de la Rambla como si cruzaran de un país a otro.
Hoy mi amigo ha regresado a la ciudad que nunca quiso dejar, aún ahogado por el recuerdo de su partida en los setenta y la fuerza persistente de los recuerdos. Me habla de la huella que dejó aquel tiempo en Almería: un urbanismo desbordado, un enjambre de urbanizaciones y barrios expulsados del núcleo urbano. Como si alguien se hubiese lanzado sobre el desierto hasta abrir la tierra y sembrarla de ladrillos. Un crecimiento empujado por la fiebre del dinero, sin planificación, como si todo pudiera expandirse sin fin.
Me lleva con sus recuerdos a aquellos barrios, lugares movidos por el latido de sus gentes y el ulular de un tiempo sin tiempo que flotaba entre las calles, cuando la gente caminaba sin prisa, con esa ligereza de quien lleva un cigarro en la comisura. En los bares se respiraba el alivio del reconocimiento, y en las ventanas colgaban claveles y geranios brillantes, regados con lágrimas. “Era difícil, pero hermoso vivir aquella Almería”, me dice.Mientras hablaba, describía rincones, personajes, escenas de una Almería que ya no está, arrasada por el olvido. Pude imaginarlo entonces, Rambla arriba y abajo con su nieto de ocho años, atrapado por una nostalgia que ya es parte de él, parte también de todos los que un día emigraron. Hace cincuenta años, mi amigo se marchó para salvarse. Hoy ha vuelto para vivir.
También te puede interesar