En tránsito
Eduardo Jordá
Mon petit amour
Una de las cosas más difíciles en esta vida es ponerse en el lugar del otro. Porque ponerse en el lugar del otro significa, simplemente, que uno mire con los ojos del otro, que el corazón de uno lata en el pecho grande y abierto del otro. Más fácil es, y a las pruebas me remito, atraer al otro al lugar donde está uno. Cuando se dice, o decimos, “yo, si estuviera en su lugar; haría esto o haría lo otro, o no haría nada”, no nos estamos poniendo en el lugar del otro, sino en el nuestro.
Cuando se critica algo o alguien, que a veces es lo mismo, el crítico se pone a sí mismo como medida y como ejemplo, señal de que “se quiere mucho”, más que a nadie, y se equivoca. Por ello la crítica se limita, demasiadas veces, a ponerse a favor o en contra de algo o de alguien, sin saber que se está poniendo a favor o en contra de uno mismo, con lo que quien pretende criticar es, a su vez, criticado, sin saberlo, ni suponerlo. Y mucho cuidado, con citar nombres. Las paredes oyen, y las barras del bar amplifican lo criticado. Se critica mucho. Tal vez demasiado y nunca nos pondremos en el lugar del otro.
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