antonio Sevillano

El carisma de un alcalde

HAY días que el desayuno se nos atraganta. La edición digital de los diarios locales abrían ayer con una noticia no por esperada menos dolorosa: Santiago Martínez Cabrejas ha fallecido. Avecindado en Cabo de Gata, lo veía poco pero sabía de la evolución de su doloroso proceso cancerígeno por Pepe Plaza, su chofer, protector y confidente. Ahora, aturdido por su pérdida, los recuerdos, en su mayoría gratos, afloran matizados por la pátina del tiempo. Tres años menor, lo conocí casualmente en Sevilla a la que su padre, oficial de la Guardia Civil, le envió para realizar la carrera de Derecho y en donde alternó aulas y libros con la práctica del fútbol en el filial juvenil del Real Betis. Pero no sería hasta finales de 1977 cuando frecuentara su amistad en reuniones en la sede del PSOE de la calle Martínez Campos: él ya abogado laboralista de UGT y yo de militante raso; precisamente de una de aquellas asambleas salió nominado para la Alcaldía de su ciudad de adopción. Cargo que ostentó tras las elecciones locales de abril de 1978 y el acuerdo tripartito con el PSA y PCA; conviviendo, por ejemplo, con concejales de la talla de un Alberto Luque, Maresca, Céspedes, Laudelino Gil o Pedro Baldó y arropado por Antonio García Tripiana "Tripi", su primer secretario personal y posterior senador del Reino. El entusiasmo de aquellos primeros Plenos pasarán a los anales de la plural participación ciudadana, a pesar de los (con perdón) "puteos" de un mindundi frustrado en sus ansias de poder a toda costa. A partir de aquí su trayectoria al frente de varias legislaturas (refrendadas en 1983, 1987 y 1999) es sinceramente valorada como la de un alcalde ejemplar: el más admirado y querido desde la Transición. Un alcalde más dado a bajar a la humilde cabaña que subir a altos palacios. Lo suyo era dialogar con los vecinos, tomar un café con ellos y conocer sus necesidades de primera mano, sin intermediarios.

De ahí que en buen número de barrios entrara por vez primera el alumbrado eléctrico, la escoba y las mangueras de la limpieza. A ese carisma no fue ajeno, naturalmente, su empeño por sacar el urbanismo almeriense de la negrura franquista. Sin el dinero generado por las parcelas de El Toyo, a Santiago Martínez Cabrejas debemos en gran medida el Auditorio "Maestro Padilla"; la represa en la cabecera y urbanización de la Rambla, el Paseo Marítimo o la reposición del monumento a Los Coloraos, entre otros importantes logros. Hasta siempre Santi, hasta siempre amigo.

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