NOTAS AL MARGEN
David Fernández
Un milagro por Navidad: salvemos al país
El domingo 26, en la entrevista, llena de aciertos, realizada por Luis Sánchez-Moliní a Andrés Trapiello, dejaba éste caer un oportuno comentario crítico sobre la Generación poética del 27, que debería dar pie a ciertas reflexiones. Sobre todo, a los responsables de las instituciones culturales andaluzas que se disponen, una vez más, con notable perseverancia, a celebrar el centenario de aquella reunión poética, en Sevilla, que, tuvo gran repercusión, dada la calidad de los asistentes. No se puede negar el valor simbólico de aquel acontecimiento de 1927, convertido en uno de los más recordados de la literatura española. Todos los que participaron han sido objeto ya de numerosos y merecidos congresos, estudios y ediciones y, por tanto, la justicia poética tan desigual en sus repartos, en este caso, ha actuado con rectitud. Por tanto, nada que objetar, en principio, a que se exalte a unos poetas que lo merecen. Pero a raíz de las irónicas palabras de Trapiello también cabría preguntarse si con esta celebración las instituciones –que patrocinan y organizan– no buscan insistir en algo que ya tiene asegurado, una vez más, su buena acogida pública y les evita adentrarse por nombres y caminos menos trillados, que exigen, por ello mismo, mayor riesgo explicativo si se quieren recuperar sus méritos y obras. No hay que desvestir a unos para vestir a otros, pero sí equilibrar la atención que debe prestarse a los distintos nombres y obras que ha producido la vida literaria andaluza. Sin disminuir ni un ápice el fomento de la lectura de los poetas del 27, también debería celebrarse, alguna vez, que, en la Andalucía de los pasados años sesenta y setenta, existió una espléndida generación de novelistas. Y configuraron, a pesar del silencio que los envuelve, uno de episodios de mayor interés y calidad de toda la literatura escrita en Andalucía. Pero estos narradores yacen en injustificado, triste y casi total olvido, y para extraerlo del mismo no es suficiente con la apuesta generosa de algunos editores andaluces. Esta veintena de novelistas contribuyeron con sus obras a que Andalucía contara con unas instituciones democráticas y culturales propias. Y, éstas, deberían, por una vez, promover la lectura de unos autores que, en su tiempo, se vieron obligados a escribir casi a escondidas.
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