Cambio de sentido

Contra el cine europeo

Si quieren olvidarse del mejor cine europeo, les recomiendo no ver las siguientes películas y directores

Todo ha quedado en el susto por ahora. Pero probablemente ustedes también sintieron –sentir en toda su acepción, la de escuchar y la de lamentar– que Sevilla se iba a quedar sin el Festival de Cine Europeo, cita consolidada que tiene su margen de mejora pero, uno: tiene por asistentes a personas como usted y yo (cosa que no puede decirse de otros eventos, más promocionales que culturales, a los que se accede sólo por invitación), y dos: sitúa a la Sevilla actual en la agenda más allá de su exuberante primavera. Achaque de los Grammys aparte, no quedaron claras las razones del nuevo gobierno del PP para ventilarse, como poco, la presente edición. Sí nos consta que la de Vox no quería cine europeo. Decía que era “un festival de cine que no ve nadie”. Nadie que ella conozca, querrá decir. Quizá en su ambiente son más de cine iraní. Y, si no nos consta, al menos nos maliciamos que la opinión pública y publicada en estos días a favor del festival ha tenido que ver en este giro consistorial de guion.

Durante estos días, la protesta en las redes se entreveró con amenísimos comentarios de engorilados, tan bravíos como anónimos, que con su particular ortografía sostenían que el europeo es cine de lacios culturetas. Que, si tanto nos gusta Roman Polanski, lo metamos en nuestra casa. Sus serenos argumentos me han persuadido: a continuación, desaconsejo vivamente algunas películas, escenas y directores europeos de ayer y hoy. No las vean.

Comienzo con Una jornada particular, de Scola. Mientras toda Roma sale a recibir a Hitler, una casada, Sofía Loren, y un homosexual, Marcelo Mastroianni, se enrollan. Puro lobby LGTBI. De Alice Rohrwacher, no vean Lazzaro feliz, te llena la cabeza de pájaros. Mon oncle, de Tati, incita a la infancia a la maravilla y la imaginación. Ni se acerquen a la filmografía de Roy Anderson, donde todo lo gris es de color y viceversa. Cielo sobre Berlín, uf, demasiada poesía. De Ulrich Seidl, salvo Fe por su prota ultra. Huyan de Manoel de Oliveira como quien huye de Fellini. O de Pasolini, que rodó La ricota, la Trilogía de la Vida, y cosas peores. O de Jirí Trnka, que clamaba contra la mano del totalitarismo que aplasta el arte. Y, sobre todo, si quieren olvidarse del mejor cine europeo, métanle fuego al poemario Sesión continua en el Salon Indien, de Juan Antonio Bermúdez, que tanto cariño y criterio aportó al festival. En estos días de revuelo, hemos echado mucho de menos su lúcida mirada.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios