Ni es cielo ni es azul
Avelino Oreiro
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Ayer por la mañana, a las 8:15 h., nada más llegar a clase, un niño de 1º de ESO (12 años) me preguntó si podíamos seguir con «la actividad del otro día», las tertulias musicales. Y así lo hicimos.
A una niña, escuchando «Claro de Luna», de Debussy le viene a la cabeza la imagen de una muñeca de porcelana bailando sobre un lago congelado. Otro compañero comparte la imagen de alguien que mira la lluvia y el atardecer por la ventana. Al escuchar el anónimo renacentista «Propiñán de Melyor» imaginan caballeros y castillos, una banda de fiesta por el pueblo. Y el primer movimiento de la sinfonía «heroica», de Beethoven, les parece el principio de una película de acción, o comparten el recuerdo de aquel viaje a Portugal. Esta es una actividad que repito desde hace muchos años con todo el alumnado de la asignatura de música, al menos una o dos veces al trimestre, con el mismo éxito. Sin excepción.
Cuando hablamos de la Educación Secundaria Obligatoria, la amplísima mayoría del alumnado se ha socializado en el consumo rápido de música-basura. Son jóvenes que jamás escuchan música culta, no les interesa a priori la historia de la música ni suelen acudir a conciertos de este género. ¿Qué ha pasado? ¿por qué de repente disfrutan de esta actividad? Para responder a esta pregunta, tenemos preguntarnos primero cuál es el valor auténtico de los clásicos y por qué son considerados como tales. La respuesta está en su mensaje. Si seguimos escuchando esta música es porque sigue transmitiéndonos emociones e ideas, porque a pesar de que pasen los siglos, siguen sonando actuales, removiendo las mentes y corazones de generaciones de oyentes. Nuestros jóvenes se percatan de ello, enseguida.
La segunda respuesta tiene que ver con la propia dinámica y con las interacciones. Lo más importante de la tertulia no es el acto de escucha en sí, sino hacerlo en grupo y que se comparta. Si les dijera «escuchad en casa estas piezas y entregádmelas por escrito», el fracaso estaría garantizado.
Durante el fin de semana pasado también pude poner en práctica la misma dinámica, con personas adultas y con idéntico resultado. ¿Magia? ¿mentira? ¿o ciencia pedagógica? Las tertulias musicales dialógicas funcionan en todos los contextos, sin excepción. Emocionan, ilusionan, crean un espacio maravilloso de interconexión y garantizan que todo el mundo tenga acceso a esa «alta cultura académica» que algunos consideran patrimonio inalcanzable de cierta clase de «élite». No es poca cosa. ¿Lo hacemos?
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