
Paseo Abajo
Juan Torrijos
¡Ser de luz!
¿puede alguien saber de geoestrategia, de terrorismo internacional, de macroeconomía y de cuestiones vaticanas? Pues se ve que sí, oiga. En cualquier canal de televisión tenemos tertulianos que saben tanto de la guerra en Ucrania como de aranceles o de la dinámica de poder que pueda existir en la curia vaticana. Pero ni siquiera hace falta encender la tele: tenemos sabios de este tipo en todas partes. Es lo que se viene llamando “cuñado”. Disponemos aquí de un manual breve para convertirse rápidamente en el mayor experto de cualquier materia.La primera regla es que se opina siempre. En los diez minutos en que uno se toma un café, se puede ser médico (“tómate estas pastillas, que a mí me han ido muy bien”), mecánico (“eso es la correa de distribución”) o incluso psicopedagogo (“eso antes te daban dos guantazos y se te quitaba todo”). No importa el tema: el cuñado siempre sabrá más que nadie y argumentará la verdad absoluta en base a lo que le parezca en ese momento.
Hay una segunda regla que debe considerarse. Los argumentos deben sustentarse en fuentes sólidas. “Lo he visto en un documental” o “me lo ha dicho mi amigo, que es abogado” son la esencia de un buen cuñado. Y si alguien pide más información, dale una evasiva, pero siempre con mucha seguridad: “Ahora no me acuerdo exactamente, pero lo busco y te lo mando”. En tercer lugar, tenemos la capacidad de cambiar de chaqueta. El auténtico sabio de bar debe saber defender el diésel y los automóviles eléctricos con la misma solidez. Elegir entre energía nuclear o renovable solo dependerá del contexto en que se desarrolle la conversación. Porque, por norma, el cuñado se posiciona de forma contraria a la mayoría de los presentes. ¿Cómo, si no, podría destacar? Y por último, es necesario dominar un arsenal de frases huecas, pero que revisten una pátina de autoridad moral inapelable: “En mis tiempos se hacían las cosas como Dios manda” o “Todos los (rellénese con el sustantivo que se quiera) son iguales”. Una de estas sentencias, colocada a tiempo, remacha la superioridad intelectual del cuñado frente al sufrido auditorio.
Seguramente, leyendo estas cuatro normas esenciales, más de uno nos habremos visto un poco reflejados en el cuñadismo. Queda en manos del lector abrazar esta filosofía en toda su extensión o seguir siendo un ser humano corriente, con humildd y ganas de apender. Pero, ¿que´gracia tendría eso?
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