Francisco Bautista Toleado

La decadencia de la vergüenza

Reflejos

11 de junio 2025 - 03:13

Hace unos años el filósofo argentino, nacionalizado canadiense, Mario Bunge, escribió un artículo sobre la decadencia de la vergüenza, vista por él en las conductas individuales, en los medios de comunicación y en la política. Observando la decadencia moral y comportamientos personales, elaboraba sus razonamientos, pasando por la desvergüenza en las relaciones humanas, en el trabajo, y sobre todo en los miembros de las Instituciones Públicas. Achacaba toda esta pérdida del sonrojo personal al triunfo del individualismo, a la soberbia propia, o del grupo al que cada uno quiere pertenecer, que ignora al contrario, si no, está en constante enfrentamiento. La autoconfianza, el desprecio de aquello que coarta los deseos propios, lleva a una ausencia de empatía, generosidad social, triunfando la filosofía del todo vale. Mas este filósofo no caía en el pesimismo más hondo, pues pensaba, y tenía la esperanza, que aún quedaban residuos suficientemente sólidos, con la necesaria fuerza, para hacer triunfar la vergüenza como valor social. La vergüenza no es para Mario Bunge una reacción ñoña, producto de una educación represiva, sino un acto de reconocimiento del error, del engaño ante los demás, que haya podido estar molesto, arrepentimiento ante la falta cometida. Cree este filósofo que la base de la convivencia está en este tipo de vergüenza, siendo sustento de una verdadera democracia, pues sin reconocimiento de los errores propios, y la rectificación de la conducta errática, no existe una verdadera convivencia, principio fundamental en la que se asienta un sistema democrático liberal, lugar de diálogo y entendimiento, cuyo objetivo es el bien común. Sólo hay que activar en uno mismo el sentido de afecto por nuestros congéneres, intentar comprenderlos, y cumplir las normas establecidas, que posibilitan unas relaciones fundamentadas en la libertad individual y generosidad social. Pero el sentido de la dirección hacia la que se está encaminada nuestra sociedad, pone difícil esta aspiración, pues cuando de forma egoísta no se aceptan las normas de relaciones convivenciales, imponiendo el deseo de una mayoría ajustada y antinatural, decantándose el rumbo social hacia un Estado excluyente, sólo aceptado por aquellos que comparte unas normas de relación propias, aparentando ser iguales, libres y generosos, existiendo otro grupo excluido, con el cual no se dialoga.

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