Desnudos españoles

19 de junio 2025 - 03:09

Suele decir Antonio López que el desnudo es un género escaso en el arte español. Dice que, con la excepción de Velázquez y Goya, nuestro arte del pasado –ese que le inspira por su afinidad realista- carece de una preocupación por las cosas importantes de la vida y de las personas, del quehacer diario o cotidiano... en fin, los temas tan caros al realismo contemporáneo, que son los suyos. Que en España “nos hemos pasado la vida pintando santos y purísimas” y no hay tradición de desnudos como en Italia. Y tiene razón; pero quizás mira demasiado el barroco y olvida el siglo XIX, que tuvo en el cambio hacia el XX un esplendor naturalista deslumbrante. Que nuestro arte no tuvo un Renacimento a la italiana es evidente; aquí pasamos del último gótico –vigente hasta el XVI- a un barroco de intenso fervor religioso. Tan solo un breve episodio plateresco de transición entre ambos, que muchos etiquetan de Renacimiento a la española, pero que en el fondo es medieval en el espíritu y algo en la forma. Casi sin solución de continuidad, cambiamos lo medieval por las mortificaciones de Miguel de Mañara que, para el caso, viene a ser lo mismo. Austeridad y penitencia, autos de fe y persecución de la herejía; esa era la apuesta personal de los Austrias durante nuestro llamado “siglo de oro”. Y pintar desnudos era herejía. Pero la carne es flaca y el cuerpo tiene sus debilidades y apetitos. Para satisfacerlos estaban los pintores venecianos; una escuela especializada –entre otras cosas- en el desnudo erótico; sus clientes eran los grandes reyes y nobles europeos y algunos cardenales. Felipe II encomendaba a sus pintores la representación de los martirios de santos, al tiempo que compraba a Tiziano sus célebres “poesías”, que no eran otra cosa que sensuales y provocativas mujeres desnudas, rodeadas de lujo y tentación, bajo la apariencia de diosas mitológicas. Masturbarse primero ante Tiziano y mortificarse después con Morales o el Bosco. Del eros al tánatos. Reconozco la postura de Antonio y su apuesta por el desnudo, aunque justo es manifestar que los suyos tampoco son como los de los italianos. Su alma castellana, austera y profunda, anda por una senda ascética y lacerada del cuerpo; la criatura como un bodegón de cartografías emocionadas. Mientras pintaba yo hace unos años “alegorías venecianas”, recordaba paradójicamente mi gran producción religiosa, y las palabras de mi abuelo, heredadas de los pintores de antes: “Si sale con barbas, San Antón, y si no, la Purísima Concepción”.

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