La Rambla
Julio Gonzálvez
Paz y felicidad
DE Agamenón, personaje mitológico que Homero nos dio en su Iliada, cuentan que llegó a acumular gran poder y reconocimiento. Fue nuestro Antonio Machado quien lo juntó con su porquero, en su Juan de Mairena, para ayudarnos a reflexionar sobre la realidad del poder y el poder de la realidad.
Estamos tan acostumbrados a valorar la forma, no el contenido de las cosas, el aparentar antes que el ser, que nos parece de lo más correcto encasillar toda opinión en función de la persona que la emite antes que en función del contenido que expresa. ¿Qué me importa a mi lo que diga un porquero! ¿Cómo no voy a tener presente esa opinión si es del mismísimo Agamenón!
Hay dos características que pueden definir a quien se deje llevar del reconocimiento social del orador a la hora de analizar el valor de su discurso. Por un lado está el estómago agradecido: para qué va a invertir su escala de valores, ¡si le va bien así! Y, por otro lado, está quien no tiene capacidad de crítica ni de análisis; quien piensa que puede crecer a base de componendas: para qué valorar las palabras del porquero, ¡si es Agamenón quien le puede ayudar a medrar!
Y el mecanismo social, desde los poderosos y sus serviles medios de comunicación, es evidente: agamenizar el discurso que ratifica al poderoso o bien porquerizar las opiniones que subvierten el poder establecido. Y es un mecanismo social que no necesita ser activado permanentemente por un poderoso concreto: se activa automáticamente en las conciencias acríticas de los medios de comunicación y de la propia ciudadanía, ajena a estar en el meollo de estas guerras.
Hemos encontrado el ejemplo en este ¿falso? bróker que se ha hecho famoso en estos últimos días. Ha dicho algo que no es nuevo, que todo el mundo ha escuchado y nadie discute: que a los especuladores sólo les interesan las ganancias y que cada crisis o caída de los mercados es una nueva oportunidad de enriquecimiento. Vamos, no es nada nuevo: la riqueza de unos (pocos) es la pobreza de otros (muchos).
¿Por qué hay que calificarlo de falso inmediatamente? Está clarísimo: ¿qué atención se le puede prestar a un no-especialista en un asunto tan importante como la Economía? Lo verdaderamente interesante es analizar cómo estas cosas cuando son afirmadas por otros Agamenones, premios Nobel entre ellos, el mecanismo que se dispara es el del silencio y del entorno que ignora sus palabras.
Cuando oigamos un "¡Acabemos con los especuladores!", Agamenón -que es lúcido- dirá "Conforme"…, aunque su porquero -siempre pobre porquero- sentenciará "No me convence". ¡Y a seguir jodidos!, añado yo.
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