Pocos sentimientos humanos causan tanto sufrimiento e interferencias en el trato entre personas como la envidia. Esta emoción negativa solo sirve para producir “mal sabor de boca” en quien la sufre y desconcierto e incomprensión en quien es objeto de la misma. El envidioso no busca que le vaya bien a él, sino que al otro le vaya peor. La envidia puede llegar a representar un muro inexpugnable que se interpone entre envidioso y envidiado, impidiendo el gozo que representa el acto de compartir. La envidia es un sentimiento vergonzoso que nadie se atreve a reconocer, salvo cuando se la califica de sana. Dicen algunos: “Lo que hace fulano es envidiable”, “Tengo envidia sana”. Pero, amigo lector, si se siente, nunca puede ser sana. Los expertos señalan que es una emoción sana si se gestiona de la manera adecuada. La pregunta es: ¿hasta qué punto es sana y cuando deja de serlo? El envidioso es un enfermo que padece la enfermedad producida por una baja autoestima y que, tal vez, solo se pueda curar ensanchando el intelecto y sobre todo el corazón.

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