Comunicación (Im) pertinente

Francisco García Marcos

El esperpento nacional

El pasado miércoles el Parlamento español me hizo creer firmemente en la reencarnación

13 de enero 2024 - 00:00

La sede de la agrupación necesitaba una mano de pintura, eso era una obviedad. Unos camaradas preferían la sobriedad humilde del blanco. Otros, en cambio, se decantaban por un beige algo más animado. No hubo acuerdo. Incluso quedaron los rescoldos de una disputa agria. Meses más tarde, los del blanco se mantuvieron fieles a la línea oficial del partido, los de la opción beige optaron por la ortodoxia marxista de Ignacio Gallego. La escisión fue irreversible. No es una historieta sarcástica que haya fabulado, sino el testimonio de algo que realmente sucedió en la España eterna. Claro que había más trasfondo. Santiago Carrillo, en su apostolado en favor de la nueva fe eurocomunista, aplicó un método que habría firmado con gusto el mismísimo Beria desde las chekas soviéticas: tabula rasa con todos los disidentes, sin atenuantes ni excepciones. Estos, por su parte, acudieron al también tradicional método de escindirse, desde el convencimiento de que eran los albaceas de la vanguardia revolucionaria. Carrillo, además, pontificaba en favor de la apertura y el diálogo con otras fuerzas democráticas. Siguiendo esa doctrina, surgieron plataformas en las que el eurocomunismo compartía mesa con invitados extraños, hasta contra natura. El resultado de tal política en Cataluña supuso el crecimiento exponencial de Pujol, la resurrección del maltrecho PSC y la liquidación para los restos de todas las versiones comunistas. Sobre esto también puedo actuar como notario porque en aquella época daba mis primeros pasos como periodista en Barcelona. El pasado miércoles el Parlamento español me hizo creer firmemente en la reencarnación. Era la misma secuencia que había vivido aquellos años, solo que condensada en una sesión y, lógicamente, con nuevos actores. La ecuación de investidura de Pedro Sánchez se había despejado, dando por resultado la resurrección de un agonizante político como Puigdemont. Prefiero ni imaginar qué puede hacer un partido como Junts con Inmigración. Cabe recordar que son los mismos que colocaron al frente de la Generalitat a Quim Torra, un xenófobo de libro. No se entiende, en caso de que sea posible, cómo evitar a Vox conduce a plegarse al nacionalismo insolidario, racista y anti-español que encarna Junts. Pero eso fue solo la mitad del espectáculo del miércoles. Podemos tumbó el decreto de Díaz, decisión tomada también con trasfondo. Bajo la apariencia de prestar un servicio encomiable al país (liberarlo de Irene Montero), Sumar deslizó el viejo procedimiento stalinista de laminar a toda la disidencia interna (Podemos). Tras la inevitable escisión (de la coalición en este caso) sobreviene una confrontación encarnizada. De manera que la más firme oposición a la izquierda es la propia izquierda. Tampoco es algo tanto distinto del pleito por la pintura de la agrupación, no sucede nada nuevo bajo el sol. No puedo evitar estar de acuerdo con Feijóo. España no se merece este esperpento.

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