Medio siglo
Equipo Alfredo
Público y privado: el cuarto oxímoron
La imputación del exministro Cristóbal Montoro en un caso de corrupción no solo sacude, otra vez, la política, sino que obliga a mirar hacia atrás al portavoz del PP cuando el pasado 18 de junio en el Congreso atribuyó a la ministra de Hacienda “responsabilidad en casos de corrupción y clientelismo político”. A aquel ministro que se autopresentó como la cara visible de la austeridad y el control fiscal, lo hemos visto ahora romper su propio espejo público. La decepción ética es profunda: quien diseñó herramientas para vigilar a otros es ahora vigilado por esas mismas estructuras. La corrupción -queda demostrado- no distingue ideologías: es transversal. Leí el libro “El baile de la corrupción”, del que fuera senador del PP Jorge Trías, donde relata el calvario personal que atravesó al denunciar, en su partido, una trama corrupta en pleno gobierno del PP, sin que le importara a sus dirigentes. Mientras Rajoy fumaba puros, el partido miraba hacia otro lado. Lo único que parecía importar era que salpicara a los rivales internos de su propio partido.
En el tránsito desde aquel ideal democrático de la Transición de finales de los setenta hasta hoy, la política ha ido perdiendo altura moral. El sustrato ético de los representantes públicos se ha degradado hasta instalarse en lo que Horacio llamaba “aurea mediocritas”: una vida alejada del ideal de servicio público, convencidos de que el poder los blinda y nada los alcanzará. Las insistentes prédicas de Montoro -pieza clave de la política fiscal de los gobiernos de Aznar y Rajoy- sobre la austeridad, el control y la transparencia se nos revelan ahora como una burla. Hoy se enfrenta a una imputación por cohecho desde su antiguo despacho profesional, mediante la modificación de leyes ad hoc y reglamentos entre 2013 y 2018. Ojalá todo este lodazal de la corrupción sirva para que, a la vuelta del verano, los políticos se atrevan a legislar un marco de protección a los denunciantes de corrupción frente a posibles represalias de sus propios partidos y compañeros. Sin esa seguridad, el miedo silenciará a quienes podrían destapar el siguiente escándalo, si es que la política sigue gobernada por nombres, en vez de por principios. Que ni el escándalo del PSOE ni este otro pasen de largo, y que el verano no los diluya.
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