El fandango de Boccherini

Pese al carácter festivo de la danza, hay un duende algo brujeril y endiablado, demoníaco

Alos veinticinco años, en 1768, llegó a España el inmortal compositor y virtuoso violoncelista de Lucca Luigi Boccherini, persiguiendo el amor de una soprano también italiana que hacía gira de conciertos por nuestro país, y aquí permaneció hasta su muerte. Sirvió al Infante don Luis, hermano de Carlos III, desterrado en su corte particular de Arenas de San Pedro por haberse casado con una plebeya. Allí se conocieron Boccherini y Goya, los dos talentos más preclaros y vigorosos de todo el siglo XVIII en España. Y allí retrató Goya al italiano entre los personajes de la clarividente "Familia del Infante don Luis", acaso el retrato de grupo más importante de toda la historia de nuestra pintura moderna. Tras la muerte del Infante, al igual que Goya, Boccherini entró al servicio de los Duques de Osuna, mecenas igualmente sobresalientes de las Bellas Artes y la Música. El Duque tocaba muy bien la guitarra y para él compuso Boccherini en las postrimerías del siglo un grupo notable de Quintetos con guitarra, de los que nueve han llegado hasta nosotros. Son adaptaciones de algunas de sus obras de cámara anteriores. De todos ellos sobresale el nª 4 en Re mayor, titulado "Fandango" por la danza de su tercer y último movimiento. El Quinteto comienza con un movimiento pastoril, bellísimo, continúa con un Allegro elegante, palaciego, y culmina con el monumental "Fandango" que, junto al cuarteto de cuerdas -dos violines, viola y violonchelo- y la guitarra, ha de tocarse también con castañuelas y pandereta. Hay en esta música una evocación plena de todos los mundos goyescos; el majismo de los Cartones para Tapices, el erotismo de la nobleza imitando la desinhibición de las clases populares, la penetración y valentía de los retratos de corte y el presagio de las sombras, preludio de los nubarrones que desmantelarán la sociedad del Antiguo Régimen y nos abocarán a nuestra primera Guerra Civil, pues eso y no otra cosa fue la de la independencia. En este Fandango existe un milagroso equilibrio entre todos los instrumentos, que van cediéndose unos a otros el protagonismo a lo largo del desarrollo. Pese al aparente carácter festivo de la danza, hay un duende algo brujeril y endiablado, demoníaco, como si se tratara de una castiza danza macabra, obstinata y repetitiva, en inquietante y siniestro modo perpetuo, tan evocador de nuestra raza. Se intuyen aquí ya los vapores irrespirables que Goya desarrollará en su Quinta del Sordo.

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