Fatalismo en Brookling

23 de mayo 2025 - 03:08

La fatalidad y la mala fortuna están presentes, aunque no se cuente con ellas, en el desenlace de los acontecimientos o los hechos, más o menos ordinarios, del transcurrir de los días. Resulta generalmente azarosa la desdicha, aunque se sostenga, asimismo, que las casualidades infaustas son, al cabo, causales, por mor del destino. Esto es, una insoslayable predeterminación tendrá que ver con lo que ocurre y sobreviene. En términos populares, “lo que está para uno”. Además de este fatalismo determinista, existe otra explicación más razonable de lo aciago cuando, sin caer en la cuenta o tener capacidad de reacción, se toman decisiones o se afrontan circunstancias que conducen a la desgracia.

La noche del sábado pasado, el buque escuela de la Armada de México, Cuauhtémoc, de noventa metros de eslora y con un palo mayor de cuarenta y cinco metros de altura, construido en España, en 1981, dio con sus mástiles en el puente neoyorquino de Brooklyn, tras dirigirse a este por las aguas del East River, en lugar de salir al mar, para navegar hacia Islandia, en un desastroso accidente que costó la vida a dos cadetes y causó heridas a buen número de tripulantes. El velero había estado atracado en un muelle cercano al puente, durante cinco días, para visitas públicas, y, aunque las investigaciones no tienen datos concluyentes, se adelantan posibles fallos mecánicos o de control del buque, en dirección de marcha atrás para girar sobre sí mismo, ayudado por un remolcador, sin que pudiera tomar la dirección de salida, en lugar de colisionar con el puente cercano. El magnífico y bien compuesto velero quedó con su arboladura destrozada, como en una secuencia de ficción cinematográfica, y quienes contemplaron el choque permanecieron atónicos sin conocer las razones de tan mayúsculo infortunio.

Afirmaban los estoicos, casi tres siglos a. C., que todo acontece o tiene lugar por razón del destino. Puesto que la principal divinidad estoica es la razón, el destino no aparece como un impulso o sobresalto irracional, sino que se debe a una cadena causal de los acontecimientos. En fin, sostienen esos antiguos clásicos que el destino, antes que superstición, es nada menos que la causa eterna de las cosas, de la que resultan los hechos del presente, del pasado y del futuro. Qué socorrido, además de irracional, estoicos aparte, puede ser, entonces, el determinismo.

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