Medio siglo
Equipo Alfredo
Público y privado: el cuarto oxímoron
Según certifica el Happy Index At Work, los almerienses lideran el ranking de la felicidad mediterránea. Sin embargo, sean cuales sean los cálculos algorítmicos con los que nos midan, nuestra felicidad no es homogénea. Decirles, por ejemplo, a los vecinos de El Puche o Los Almendros que son felices es una osadía de la “Happy Index At Work”, un chiste malo, cuando sabemos que una de cada cuatro familias viven con menos de 10.000 euros al año.
Es probable que la Happy Index no haya reparado en la subjetividad de quienes no pueden permitirse acceder a ese estándar de felicidad que es viajar con Iberia desde Almería a Madrid dado su alto coste y, sin embargo, son felices viajando en tren cuando se sabe motear las interminables horas de trayecto, a ratos con alguna lectura del Play Libros y a ratos de cháchara con el pasajero de enfrente. Y, voilá, de pronto sienten una libertad irrompible, una chispa de alegría que brota sin permiso y hasta se autoconvencen de que Almería no necesita un AVE en 2027 ni en 2040 porque su paciencia argárica nos sume en un placer de dulces sensaciones, y así, la infinita travesía se vuelve imperceptible. Desconozco si “Happy Index” han etiquetado como factor de felicidad un joven vino retador de Burjulú en buena compañía, o la fiebre de los almerienses por escaparse los viernes por la noche, huyendo del victimario de la enclenque clase media. No sé si se ha medido como felicidad esa luz histérica junto al mar, las risas de los niños brincando en los parques como látigos sobre sus columpios, si esperar un año a que te saquen una piedra del riñón entra en la estadística de felicidad o que miles de almerienses arañen el calendario para llegar a fin de mes forma parte de la profunda laxitud almeriense.
Tal vez los encuestadores tengan que volver en 2027, cuando el “Plan Local de Intervención en Zonas Desfavorecidas” de la Junta de Andalucía y el Ayuntamiento se decidan a suprimir de Almería algunas de las causas sociales que hacen infelices a buena parte de los almerienses. Quizás entonces, mientras se calienta el corazón de los almerienses, perdidos en ese sustantivo abstracto y destino incierto que habita en los sueños –promesas electorales-, los datos empiecen a parecerse un poco más a la felicidad.
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