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Cada día aprecio más el valor de la amabilidad y el regalo de una sonrisa. ¿No habría que levantar un monumento a las personas que nos regalan una sonrisa? ¿No deberíamos ser agradecidos con esos gestos amistosos que nos manifiestan afecto y nos dan la bienvenida con una sonrisa?
Las personas que nos reciben con una sonrisa están animándonos a que nos acerquemos, crean un ambiente acogedor, generan armonía, hacen que tengamos confianza y que nos sintamos bien. ¡¡Que la cara es el espejo del alma!! Se atribuye a Shakespeare: “Es más fácil conseguir lo que se desea con una sonrisa que con la punta de la espada”. La verdad, por los tiempos tan convulsos que estamos pasando con Israel, Gaza, Ucrania, Rusia, y el que faltaba, Donald Trump, vivimos tiempos en los que resulta difícil sustraerse de una suerte de pesimismo generalizado que condiciona nuestra mirada y nuestras perspectivas de futuro. Entre unos y otros… la verdad es que si uno se deja llevar por la información que fluye a través de los medios de comunicación y de las redes sociales no tiene motivos para sentirse optimista.
La felicidad y la tranquilidad de espíritu provocan que las facciones de la cara se relajen; mientras que la amargura y la tensión provocan que los labios se cierren y el ceño se frunza. Así es el rictus de todas las personas, ellas y ellos, niños y menos niños, adultos y ancianos que vemos en las imágenes de países afectados por las invasiones y las guerras. En contraposición, también de vez en cuando, todos nos topamos con sonrisas irónicas, cínicas, falsas. Todos conocemos a personas que utilizan la sonrisa para embaucar: te muestran la mejor cara para llevarte a su terreno; hay individuos que ahora se muestran amistosos para, a continuación, cuando te das la vuelta, criticarte sin medida. Más de una y uno hemos sufrido tan afrenta.
Me lo he propuesto. Desde ayer estoy riendo unas cien veces al día. No importa el sitio: en la calle, sentado en el salón de casa, en el parque haciendo footing. Reír esa cantidad de veces equivale a quince minutos de bicicleta. Al hacerlo movemos –atención- más de cuatrocientos músculos del cuerpo. Deberíamos aprender a reír, a regalar sonrisas y, también, a reírnos de nosotros mismos.
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