La Rambla
Julio Gonzálvez
Paz y felicidad
DEBE ser cosa de mi mala suerte, pero está por vez primera que me encuentre con alguien amable y servicial, al menos educado, cuando acudo a la administración a pedir algún documento o a solicitar ayuda técnica para algún tema concreto, y no con el consabido gilipollas, grosero y prepotente de turno. La figura del funcionario chusquero -entiéndase aquí chusquero como chusco, vacilón o provocador, heredero en espíritu de aquel militar macarra que había ascendido por cauces anómalos- es de las más patéticas y execrables de cuantas anidan en la administración pública española, tan sólo superado -quizá- por la del político ladrón y sinvergüenza. Se me hace imposible imaginar que en cualquier otro país europeo y civilizado exista un prototipo tan cutre y amargado, al menos con todos los invariantes castizos del nuestro. El funcionario chusquero es de carrera, esto es, vitalicio, lo que le otorga una seguridad y arrogancia notables; inepto y gandul, se sabe intocable y sabe que nadie le trasteará la silla hasta que se jubile. Quizá por ello, olvidando el significado profundo que entraña la verdadera función pública, se coloca siempre por encima del ciudadano al que debería servir con amabilidad y dedicación, jodiéndolo y humillándolo a la menor oportunidad. Su técnica consiste -cuando sabe con certeza que su interlocutor es ignorante en el tema legal de su competencia- en hacerle ver que tiene la sartén por el mango, que lo más probable es que no se digne a concederle lo que le pide y si lo hace es un favor que, desde su magnanimidad y grandeza, tiene a bien concederle. Para ello suele provocar al ciudadano, tratándolo de forma displicente desde el principio, grosera incluso, poniéndole pegas a la documentación, a los plazos... etc; el objetivo es que éste le replique airadamente y así tener excusa para exhibir su poder, denegarle su petición y humillarlo. La cosa cambia cuando el ciudadano domina la legislación aplicable al caso concreto y se parapeta de argumentos; en esta situación, el chusquero descubierto y desarmado recurre a la amenaza directa, fascista. Y como parece que el especimen abunda, a todos los que leyendo estas líneas se hayan dado por aludidos, quiero enviarles mi más profundo desprecio y decirles que ansío vívamente el día en que la administración prescinda de ellos. Amén.
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