Un genio olvidado

07 de mayo 2025 - 03:11

Entre los grandes genios de la ciencia española del Siglo de Oro, sobresale por su capacidad inventiva, visión práctica y conocimientos, Jerónimo de Ayanz y Beaumont (Guendaluaín, 1553, Navarra, Madrid 1613) Este personaje sirvió en los Tercios de Felipe II, participando en la campaña de Túnez, y más tarde en Italia, bajo las órdenes de Juan de Austria y Alejandro Farnesio, para incorporarse posteriormente al Tercio de Figueroa, también llamado de la Costa del Reino de Granada, donde muchos almerienses se alistaron. En Flandes participó en numerosas batallas, siendo malherido, destacando por su valor. Lope de Vega se hizo eco de sus hazañas en su comedia “Lo que pasa en una tarde”.

Participó en la conquista de Portugal, salvando la vida de Felipe II. Tras su exitosa vida militar, actividad que nunca abandonaría del todo, ocupó distintos cargos en la administración del Reino. Tuvo la típica existencia del caballero renacentista de su tiempo, pues era además de militar, músico, pintor y marinero, pero destacó sobremanera en el campo de la ciencia e ingeniería.

Son patentes suyas, una máquina de vapor, que superó su estado de proyecto al ser puesta en funcionamiento en las minas, diseño de sistemas hidráulicos, adelantándose a Bernuilli en su fundamentos teóricos, ingenios potabilizadores de agua, sistemas de aire refrigerado, que aparte de ser utilizado en las minas, fue introducido en su mansión, saliendo aire fresco a través de un jarrón floral, perfumando a la vez la estancia. Otros inventos estuvieron relacionados con la mejora de la técnica metalúrgica. También ideó un submarino, una balanza que era capaz de pesar la pata de una mosca, aparatos para ayudar a desaguar los barcos, medición del par motor, o su teoría del vacío. Pero el invento que más lo ha hecho conocido fue el diseño, y puesta en práctica ante el rey Felipe III, en el río Pisuerga, de un traje de buzo, en 1602, permaneciendo varias horas bajo el agua.

Muchas más fueron sus patentes y escritos científicos, que fueron utilizados en su tiempo, más se quedó en su uso práctico, careciendo de profundización teórica, y más aún no existieron seguidores para que permanecieran en funcionamiento, y perfeccionados, a través de una escuela científica y de ingenieros. Estos hallazgos, como la de otros inventores españoles, sirvieron para su uso práctico, y poder atender las necesidades técnicas del momento en los reinos hispánicos, más no se supo darle difusión, muriendo en los archivos del pasado.

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