La herencia envenenada de León XIV

11 de mayo 2025 - 03:12

León XIV hereda una Iglesia en horas bajas en lo que a fieles y vocaciones se refiere. Ha habido otros procesos de secularización, cuando la curia miraba al mundo desde su fortaleza inexpugnable, pero nunca se hizo tan evidente el desapego de los feligreses. Para recuperar el terreno perdido, Francisco creía en una Iglesia más cercana y que diera ejemplo: “Es mejor ser cristiano sin decirlo que proclamarlo sin serlo”. No se cansaba de repetir que era mucho mejor ser creíbles que creyentes y el nuevo Pontífice nunca se apartó de esta máxima. Ha sido misionero más de 40 años y era uno de sus discípulos más aventajados, aunque con un talante más moderado, clave en su elección. Robert Prevost sabe lo que es comer arroz con pollo durante días y recorrer los pueblos más recónditos en un burro. Uno de sus lemas más recordados estos días refleja su verdadero espíritu: “El obispo no es un príncipe sentado en un trono”. Lo proclama alguien que por su condición de doctorado en derecho canónigo (también es matemático), conoce a la perfección hasta dónde puede llegar para ayudar a construir la paz desde la humildad.

Hasta tres veces citó el cardenal estadounidense a Bergoglio en su primer mensaje para trasladar que seguirá su estela. Para ello le bastó con subrayar “el amor que siente Dios por todos”. Cada vez son más las voces que defienden que se potencie el rol de la mujer y que la apertura llegue a los divorciados y a los homosexuales. Francisco nunca los condenó. Ya veremos si el nuevo Pontífice da un paso más para que se sientan dentro y acompañados o no. De entrada no quiere se sientan señalados y excluidos. Quizá por esta razón anunció una Iglesia más participativa. La imagen de unos templos vacíos y tristes, como jardines sin flores, es sólo comparable a la falta de vocaciones. Y a un relativismo cada vez más imperante en la sociedad, sólo se le vence desde una mayor creatividad, tratando de comprender los retos de esta nueva era digital. La Iglesia ha de asumir riesgos para servir en cada momento histórico, abriéndose a todos desde el diálogo y no encerrándose en sí misma. Algunos sacerdotes —nunca conviene generalizar— también han caído en las redes de un mundo cada vez más material para convertirse a la larga en funcionarios, olvidando su verdadera misión pastoral. Muy consciente de todo ello y de los enemigos a los que se enfrenta la Iglesia, el Pontífice criticó a quien “ridiculiza” la fe en favor “del dinero, el poder y el placer”. Casi 70 años después de que Juan XXIII anunciara el Concilio Vaticano II, su principal cometido, más allá de promover la fe y renovar la moral cristiana, sigue más vigente que nunca: adaptar la disciplina eclesiástica a las necesidades de su tiempo. Los más optimistas vaticinaron que la Iglesia tardaría cien años en lograrlo. Veremos si León XIV, sabedor de que una Iglesia cerrada es una Iglesia muerta, logra acortar los plazos.

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