A Vuelapluma
Ignacio Flores
Por sus frutos los conoceréis
Por fin había llegado el día, después de casi un año de preparativos, y aunque todo iba saliendo según lo previsto, ella aún sentía un nudo en el estómago. Su madre le había ayudado a prepararse, pero antes de vestirse le hizo tomar una humeante taza de tila. Cuando salió del dormitorio donde se habían encerrado las dos, sus hermanas y sus primas lanzaron una exclamación abrazándola entre risas, había acertado con el traje y con el tocado. Un vestido largo de seda salvaje, con cuello de barca por delante, se lanzaba por detrás en una pendiente vertiginosa dejando toda la espalda al aire, hasta la cintura. Unas sandalias de finas tiras color vainilla le hacían unas bonitas piernas, contrastando con su piel morena, y unas minúsculas horquillas acabadas en pequeños cristales tallados, le sujetaban un recogido, dejando caer su larga melena castaña sobre el hombro derecho. Cuando llegó Javier, fue ella la sorprendida, su camisa de delicado hilo de algodón, y su pantalón del mismo tejido, ambos de un blanco roto, hacían resaltar el ámbar de sus ojos, incrustados en un rostro perfecto. Lo que realmente le llenó de felicidad fue su mirada arrobada cuando se encontraron ante aquel jardín en el que se iba a celebrar el enlace. A partir de ese momento se relajó y todo transcurrió como si hubiese entrado en una habitación en silencio y de puntillas, observando desde un rincón lo que allí acontecía. Se despertó con una sonrisa tan bobalicona dibujada en su rostro, que había dejado un rastro de baba en la almohada. Miró el reloj, solo eran las cinco de la madrugada y tenía ya los ojos abiertos como platos, pronto desapareció aquella sensación de felicidad con la que se acababa de despertar y se impuso la dura realidad. Estaba sola en la casa, y vacío el otro lado de la cama. Sintió una especie de desamparo, que le produjo una sensación de angustia. Hoy también era un día importante en su vida, pero a diferencia de aquel que había rememorado en el sueño del que acababa de despertar, en la casa reinaba el silencio, su madre hacía años que se fue de este mundo, sus hermanas, habían volado hacia otro nido, y en el suyo no había nadie más que ella. En ese preciso instante fue consciente de su soledad, ante una situación socialmente mal gestionada. Apenas un año antes su amiga Merche perdió a su marido en un accidente fatal. Desde entonces, familia y amigos se volcaron en ella, acompañándola en el duelo, y no la dejaron sola ni un momento. Fue en ese instante, cuando se dio cuenta de que ella hoy estaría sola en su peor trago: firmaba su divorcio y ninguno de los invitados a su boda, había anunciado su asistencia al acto, era un vino amargo se bebía en silencio.
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