Identidad

10 de septiembre 2025 - 03:07

CONTEMPLO absorto las fotos en blanco y negro de una Almería de los años cincuenta y sesenta que brotan en mi pantalla como memorias rescatadas del polvo. Calles en calma, figuras detenidas junto al Café Suizo, niños sobre caballos de cartón. Una ciudad que parecía respirar al ritmo de la naturaleza, movida por una energía lírica hoy casi perdida, una quietud cargada de vida que el tiempo no ha logrado borrar del todo.

Aquella Almería atraviesa la sangre y la coagula. No hay rincón de sus edificios que no haya sido desfigurado por la promesa del desarrollo, esa palabra miope que sacrificó parte de su identidad en nombre del progreso. Pero el verdadero milagro de esta tierra no vino del ladrillo, sino de la tierra misma, de la agricultura, que —como un acto de ilusionismo— transformó el desierto en un mar de huertos bajo plástico, un paisaje inesperado y fértil que desafía las reglas del clima y del tiempo.

Almería no debe imitar a nadie. Tiene silencios distintos, una geografía con mirada propia y honesta y un color que no es color. Es tan solo luz, escribía Valente. Una luz que no se parece a ninguna otra. El futuro ha de brotar desde esa singularidad, no desde la ansiedad por parecerse a Málaga ni a nadie más. Hoy, la ciudad avanza entre obras y dudas. La alcaldesa —que no es santo de mi devoción— se ha lanzado al vacío sin red y eso, aunque cause inquietud ciudadana, es un ejercicio de valentía política que merece reconocimiento.

El nuevo Paseo, la apertura del Puerto, la recuperación del casco histórico y del Parque abren la posibilidad real de encuentro y pertenencia. Si Celia Viñas interpretara hoy esta ciudad, quizá diría que una ciudad no debe diseñarse para el éxito, sino para la vida. En ese principio deberían pensarse los cambios urbanísticos, desde el alma y no desde la apariencia, desde la autenticidad y no desde la impostura. Que la última valla caída nos deje ver una ciudad mejor que la de ayer, sin olvidar su raíz profunda, para que, como escribió Borges, esta ciudad sea, no un territorio, sino un hogar con el alma simple de los santos y los niños.

Sin querer ser otra, con su propia identidad.

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