Paisaje urbano
Eduardo Osborne
La senda de Extremadura
“¿y dice usted que es profesor de la niña? ¿No será usted Avelino Oreiro, del que tanto habla en casa Vladimira? Encantada. Yo soy su madre: Gracia María. Créame si le digo que Vladi a pique estuvo de elegirle a usted para imponerle la beca, pero al remate se inclinó por la jirafa de Tecnología. Por la foto, más que nada. Hágase cargo de que la niña le saca a usted dos cabezas. Y un profe al menos de su altura hace efecto. No sé a quién le ha salido así de Tachenka la nena. A mí no y menos aún al torrebruno de su padre. Por cierto, usted lo conoció. Se licenció el mismo año que usted en la carrera de Derecho, hará treinta años sobre poco más o menos. ¿No se acuerda de León Bonachera, más conocido por el remoquete de Trotsky? Al año de divorciados le perdí de vista. Que vaya con Dios; o con el materialismo histórico. Es un rojazo de tomo y lomo. Pero de los de antes, de esa izquierda que quedó varada en los 90. Salió de Trostky llamarle a la niña Vladimira. A mí por lo bajini me llamaba Gramsci el muy gracioso. Pero es un padrazo, eso sí. Ingresa religiosamente la pensión alimenticia y no echa en olvido a su hija. Con decirle que casi todas las semanas se cartean. ¿Entiende ahora por qué la Vladimira no se expresa en esa prosa mazorral de sus compañeros de clase? Los carteros no dan crédito. La última misiva, con matasellos de Mugardos—qué se le habrá perdido allí al pillastre—, casi la sé de coro. En ella León pone como chupa de dómine la ceremonia de imposición de las becas. Dice que “es mejor llamar a ese distintivo banda pues adorna la pechera a mises de ocasión y a maniquíes emperifollados que confunden el escenario con la alfombra roja de los Goya”. Aconseja a la niña que ni se moleste en redactar una sola línea del discurso pues “las verdades difícilmente pasarán el cedazo de la censura”. “A un auditorio narcotizado de falacias, asegura, no sería plato de gusto recordar la alta ratio, el tercer mundo semántico en que desemboca el bachillerato, el ignominioso paro juvenil, la utopía de la vivienda propia o la esclavitud laboral.” Concluye la carta evocando la ceremonia en que a él y a usted les impusieron la beca encarnada: “ni el gallego ni menda fuimos trajeados, ni comparecimos en la cena, ni salimos en la orla. De aquello solo conservo una tarjetita que había en el estuche de una pluma cutrísima con que nos obsequió el Decanato. Rezaba: Recuerdo de mi primera comunión”.»
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