El mito de la caverna

Es representación del salvajismo que emana de lo identitario, de su bestial condición humana.

Narrado por Platón en el libro VII de la República, la alegoría de la caverna es un pasaje tan rico de sugerencias e interpretaciones filosófico-conceptuales, que tiene una vigencia apabullante y es aplicable a multitud de aspectos de nuestra sociedad actual. Los hombres encadenados, inmovilizados, constituidos en rebaño atenazado y prisionero, esclavo múltiple en diversas acepciones de esclavitud, se eleva como metáfora inquietante de una sociedad torturada y abyecta, ignorante y patética, tonta y ridícula, superflua y prescindible. Una comunidad de seres prisioneros de un poder superior, pero también -qué duda cabe- de su necedad o estulticia, de su imbecilidad y de su incapacidad para levantar la vista y mirar por encima de los lomos del resto de individuos que conforman el rebaño. Así las cosas, el mito de la caverna es el mito supremo, el mito sobre los mitos, pues representa la dependencia mental - y sentimental- del individuo de rebaño con la narración mítica del mundo, con ese pseudo conocimiento de la realidad, tan limitado y erróneo que cercena hasta el paroxismo todas sus capacidades y oportunidades para acercarse al conocimiento verdadero. Y, por extensión, es también representación certera de la violencia irracional y grupal hacia el individuo que actúa como verdadero individuo, osa distanciarse de sus compañeros de prisión y aspira a conocer la verdad desde la experiencia y cuestionamiento personales. La brutalidad hacia el diferente, el desprecio por el pensamiento racional, por la aventura intelectual del conocimiento, ejercida por la tribu furibunda que siente amenazados sus pequeños y miserables principios de vida. Es por ello representación exacta, al mismo tiempo, del salvajismo que emana de lo identitario, de su bestial condición humana, tan despreciable, aplicable en todo tiempo y lugar. El odio nace del miedo a lo desconocido, a lo diferente; es distintivo del rebaño, que surge, se conforma y permanece unido -siervo y prisionero- gracias al miedo. Solo el conocimiento, por tanto, nos hace libres. Sorprende, en todo caso, que una alegoría ideada por Platón para convencernos de una interesada verdad mítica o religiosa -pues eso y no otra cosa es su "inteligible" mundo de las ideas, emanado del Bien y del demiurgo- funcione tan bien como metáfora para liberar al hombre moderno de sus ancestrales ataduras de borrego servil y adoctrinado.

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