Un mundo ideal

Los almerienses tenemos la suerte de vivir en una gran ciudad, con sol, mar, una rica historia y una impresionante gastronomía. Gobernar una ciudad así es tener oro entre las manos, pero el Partido Popular lo ha desaprovechado en los 22 años que lleva ostentando la alcaldía. En el Debate sobre el Estado de la Ciudad, celebrado ayer, pudimos comprobar hasta qué punto los recursos de nuestra ciudad están siendo desperdiciados. Hay tres elementos clave que definen la gestión de nuestro Ayuntamiento. El primero, la falta de un proyecto de ciudad, capaz de dar solución a problemas enquistados, como el declive del comercio de proximidad, un Casco Histórico que languidece y la urgente necesidad de solucionar el acceso a la vivienda para jóvenes y familias.

En segundo lugar, la pésima gestión del dinero público. Mientras la alcaldesa mete la mano en el bolsillo de los almerienses, subiendo el IBI, el agua, la tasa de basura, la de cementerios y la de instalaciones deportivas, el dinero se le escapa entre los dedos. Ha perdido subvenciones millonarias por no solicitarlas o por no tramitarlas correctamente, como las del Mercado de Los Ángeles o las del cine Katiuska, que se han tenido que devolver.

Todos nos preguntamos por qué está Almería tan sucia, por qué huele mal, por qué los autobuses no funcionan, por qué los jardines se secan, y la explicación es muy simple. Han dejado vencer prácticamente todos los contratos de los servicios públicos más importantes. Todos están en prórroga por su falta de planificación.

Y, por último, la nula empatía hacia los problemas de la gente. Claro que hay que hacer obras, pero no a costa de hundir el delicado tejido empresarial de nuestra ciudad. Falta de empatía también con los estudiantes de la escuela de adultos de La Chanca, que se alumbran con sus móviles, o con los niños y niñas de los colegios de Almería, donde los aseos apestan, las persianas no suben y los espejos se sostienen con cinta adhesiva. Y todo ello sucede mientras la partida para vídeos y fotos no para de crecer. Pero gobernar no es recrear ese mundo ideal que pretende trasladarnos, es encerrarse con los técnicos y planificar. Y ya vemos que el despacho tira poco.