Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La conversión de Pedro
Quitarle pestañas, ponerle pestañas. Engordarle los párpados, adelgazarle los parpados. Cerrarle los ojos, abrirle los ojos. Limpiar la policromía, cambiar la policromía. Ponerla más morena, ponerla menos morena. Quitarle lágrimas, ponerle lágrimas. Ponerle más colorete, quitarle colorete. Adelgazarle el rostro, engordarle el rostro. Quitarle papada, ponerle papada. Retocarle los labios, dejarlos como estaban. Abrirle la boca, cerrarle la boca. Quitarle la corona, ponerle otra. Y así continuamente. Las hermandades de Semana Santa llevan décadas retocando continuamente las imágenes que veneran y que sacan a la calle al menor descuido. Algunas imágenes empezaron siendo esculturas, con mayor o menor interés artístico, pero la mayoría han devenido en muñecos moldeados por una perenne cirugía plástica, por el capricho tonto, ridículo y enfermizo de una decadente devoción, la devoción de los tontos de capirote. Y así transformados, los muñecos han sido modelo para la creación de nuevos muñecos, multiplicados hasta el paroxismo. En un mundo donde lo esencial es el disfraz y el postureo, la vanidad y la representación, los muñecos han ido mutando según el gusto de sus propietarios y manipuladores, despojados de todo interés artístico y autenticidad primigenia o histórica. La Macarena de Sevilla, de rabiosa actualidad por estos quehaceres metamorfoseantes infringidos a su ya maltrecho rostro, es el ejemplo icónico y paradigmático de lo aquí expuesto. Su cabeza, pues es imagen de vestir, se supone tallada en origen –pues no existe prueba o documentación que lo avale- por algún escultor sevillano del último tercio del XVII. Algunos, en una apoteosis de exaltación chovinista, pretenden adjudicársela a Pedro Roldán o a su afamada hija, acaso los más importantes artífices de la época en la ciudad. Ignoramos como sería la talla originalmente, pues en trescientos cincuenta años ha sufrido tantas intervenciones que es lícito suponer que no quede casi nada de su aspecto inicial. Ello impide hacer un juicio artístico de lo que fue. En la actualidad es un rostro de escaso valor artístico, de burdo modelado en muchas zonas, especialmente la nariz, los ojos, la volumetría del óvalo de la cara y su encuentro con el cuello. Una muñeca estereotipada que condensa y colma las aspiraciones de belleza de sus devotos; mujer joven y morena, de rostro racial andaluz, afilado y moruno, de impostado sufrimiento que llora abultadas lágrimas de cristal.
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