Una raya en el mar

Ignacio Ortega Escritor

Donde nacen las palabras

02 de septiembre 2025 - 03:07

Agosto tiene algo de paréntesis. La vida parece suspenderse bajo la canícula, los días se alargan como si el tiempo mismo se olvidara de avanzar, y el país se funde en un letargo. Solo el periodismo, con sus páginas hambrientas, resiste esa pausa: reporteros errantes buscan historias menores para llenar páginas huérfanas de noticias mayores. Yo también me perdí en la contundencia del calor, entre lecturas y viajes, para alimentar la “rentrée” en septiembre.

En agosto, entre los incendios que asolaban el país, he escuchado el relato bélico que los políticos llevan incrustado en el lenguaje durante toda la legislatura, prendiendo el marketing político con palabras que no buscaban soluciones. Han avivado la confrontación y la cosa se les fue de las manos con palabras que el diálogo debería haber colmado de convivencia. Palabras que avivan el fuego de la confrontación, incendian tertulias y manipulan la percepción de la realidad, aun sabiendo —como escribió Horacio— que las palabras, una vez que salen, alzan el vuelo y no vuelven.

Y, sin embargo, seguimos confiando en que las palabras, habladas y escritas, contengan todavía un valor: nombrar lo real, denunciar lo injusto y preservar la memoria. “Las palabras fueron primero”, escribió Juan Ramón Jiménez, recordándonos que las ideas nacen después. Este verano, a la canícula de agosto y los incendios de los bosques —que han arrasado una superficie superior a las 400.000 hectáreas, según el Sistema Europeo de Información sobre Incendios—, se sumó otra devastación: la crispación, convertida en hostilidad y desafío violento, vuelve a teñir de insultos y desprecio, arrogancia y agresividad el país. Son las mismas palabras que, disparadas como balas, hace 89 años estrangularon la democracia. Necesitamos palabras que nos acompañen en el día a día, que den fuerza ante la fragilidad, la soledad o la injusticia, frente a unas instituciones que a menudo no nos amparan. Palabras que adviertan sin herir, que siembren en la conciencia una duda fértil, que no se apaguen ni se marchiten como las flores. Palabras que nazcan despacio y crezcan en armonía, lejos del barro, sin acorazarnos, sin rencor ni euforia, pero cargadas de verdad. Porque gracias a la palabra nació la democracia.

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