A Son de Mar

Inmaculada Urán / Javier FornieLes

La naturaleza y el hombre

Cada generación olvida las duras experiencias aprendidas por la anterior

Dos horas apenas de lluvia intensa son suficientes para recordarnos lo frágil que es la vida en una ciudad. Los videos son elocuentes. Los semáforos dejan de funcionar, los sótanos se inundan, en algunas avenidas el agua llega hasta las rodillas y las sirenas de la policía y de los bomberos surgen por todas partes como único clavo al que agarrarse. Con todo, no hay mal que por bien no venga. Esperemos que lo ocurrido sirva, al menos, para localizar y arreglar todos esos puntos donde el agua desborda las canalizaciones y pone en riesgo los bienes materiales y, quizás, a las personas.

Lo que no podemos esperar es que estos sucesos sirvan para hacernos reflexionar. El ser humano juega a intentar dominar la naturaleza; pero no aprovecha sus conocimientos para caminar en la misma dirección. Prefiere pensar que puede moldearla a su capricho. Al final, el resultado es siempre el mismo. La naturaleza se abre paso y arruina cualquier cálculo. ¿Por qué se siguió construyendo en las zonas que ya habían sido devastadas ante por el volcán en La Palma? O si preferimos no irnos tan lejos y mirar a nuestro alrededor. ¿Por qué construimos aquí en antiguas ramblas? ¿Por qué levantamos edificios cada vez más altos en zonas sísmicas sin que haya un verdadero control sobre las medidas adoptadas? ¿Por qué mantenemos abierta la carretera del Cañarete en vez de construir otros ramales para el tráfico?

El hombre responde también a sus impulsos naturales. Cada generación olvida las duras experiencias aprendidas por la anterior. Prima siempre el interés inmediato, la atención al presente. Resulta más sencillo no mirar atrás, obtener beneficios políticos o económicos inmediatos y eludir luego cualquier responsabilidad si surge acaso un problema. Al fin y al cabo, los muertos o afectados son siempre una minoría y el resto sigue contento con su vida, satisfecho incluso con su suerte. A veces puede ocurrir un desastre antes de borrar las huellas como sucedió con el edificio Azorín. Pero ¿cuántos se acuerdan ya de aquello? La publicidad se encarga de asegurarnos que no volverá a ocurrir y nuestro cerebro colabora encantado con el engaño. Y lo mismo ocurre con nuestro desinterés por la deuda pública o con las épocas de consumo y de fervor especulativo. Es algo que forma parte también de nuestra cultura, esa extraña forma que adopta la naturaleza en los seres humanos.

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