Paisaje urbano
Eduardo Osborne
La senda de Extremadura
El poeta bilbilitano Valerio Marcial, en el siglo I, aconsejaba llegar a las Saturnales con espíritu liberador, olvidar la dureza del año y entregarse a un “diciembre entre agradables juegos”. Durante esas fiestas, el orden establecido se transgredía legalmente; lo único prohibido era castigar, circunstancia que aprovechaban los esclavos para lanzar pullas e imprecar a sus amos.
Hoy celebramos un rito transformado, ya lejano de su origen, pero algo de aquella cultura pagana ha quedado: el deseo de reconciliación con nosotros mismos y con los demás. La Nochebuena sigue siendo un momento de dicha compartida.
Recuerdo a mis héroes de infancia: mi madre arreglando la casa y mi abuela cocinando en un infiernillo, aventando el humo del petróleo. A la hora de la cena, el mantel bordado a bolillos rescataba una comida austera, pero preparada con esmero, donde no faltaban las alcaparras, las aceitunas hojiblancas y las cebolletas encurtidas. Mis hermanos contaban su día y yo, el menor, absorbía feliz las imágenes de aquella noche, más mágica que la de Reyes.
Pero el tiempo, que todo lo trabaja en silencio, acaba por cambiar también la forma de mirar. Con los años entendemos que aquella pérdida no fue solo íntima: al dejar de ser niños se nos escapa una manera confiada de estar con los otros. La intimidad se vuelve más vulnerable, el espacio compartido se estrecha, y aquello que antes bastaba -una mesa, lo que se recuerda en silencio, una noche- empieza a parecer insuficiente. Es en ese umbral de madurez donde la pregunta deja de ser individual para volverse colectiva: ¿qué le ha pasado a nuestra Navidad, hoy tan atravesada por el ruido y el derroche festivo hasta convertirse en una canción irreconocible?
Theodor Kallifatides, en “Otra vida por vivir”, invita a reflexionar sobre este tiempo nuevo, diluido bajo luces de neón y villancicos de hilo musical. Quizá el encuentro familiar sea reemplazado por el teléfono y las pantallas, mientras las diferencias políticas se suman a viejas tensiones y el afecto se repliega sobre sí mismo.
De aquellos ritos de Valerio Marcial, la festividad cargada de emociones es la que permanece conmigo. Lo cultivo entre mis sueños antes de que el tiempo los convierta en espuma. Tal vez por eso leo su libro: no para salvar la Nochebuena, sino para reconocer el momento en que deja de serlo.
Y, sin embargo, hay en esta noche algo bellísimo que no sé explicar mejor. Feliz Navidad.
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