Un relato woke de la extrema izquierda
Una normativa perversa
Para que conste: soy funcionario. Como tal, mi función es cumplir y velar por el cumplimiento de la normativa, me guste o no. Si sigo en esta bendita profesión y me siento moderadamente feliz es porque en la balanza predominan los aspectos positivos, obviamente.
¿Se imaginan ustedes que la normativa de salud la hace alguien que no sabe nada sobre tratamientos médicos, técnicas, terapias o tratamientos? ¿se imaginan que la normativa dijera que para tratar el cáncer hay que dar agua con sal? ¿se imaginan una normativa de obras públicas que dijera que lo mejor es apuntalar los puentes con maderas? ¿o una sobre transporte que promoviera la locomotora de carbón? ¡Qué barbaridad, verdad!
Bien, pues hoy afirmo, denuncio y demuestro con pruebas concretas que nuestra normativa educativa está plagada de barbaridades de este tipo, que son las que hacen día a día con tus hijos, mis hijas y con toda la juventud española de entre 6 y 16 años de edad (como mínimo). Cada vez que sacan a tu hijo o hija del aula para darle un apoyo fuera, durante unas horas, teóricamente «por su bien», es como si le dieran zumo de naranja a un paciente con cáncer. Cada vez que te «recomiendan» grupos no bilingües por el nivel académico de tu hijo o hija, es como si lo montaran en burro para trasladarse. Cada vez que se hace una adaptación curricular rebajando saberes, competencias, contenidos y pidiéndole menos a tu hijo o hija porque «no da para más» (no lo dicen así, obviamente, sino que es por su bien y está basado en la normativa), lo están condenando a que nunca llegue a nada. También puede ocurrir que le digan que mejor elija ciencias porque es muy buen estudiante (las letras y artes son para inútiles) o que eso que le pasa y le dicen en el patio son cosas de niños… y otras mil barbaridades perfectamente avaladas por la normativa. Cada vez que se cierra la puerta a las familias, al diálogo y al consenso, es como si la escuela cumpliera su función de aparato represor del estado, que diría Althusser. En una famosa viñeta de Tonucci aparece un niño amarrado al pupitre mientras piensa, con cara triste «al menos me podrían quitar alguno de mis derechos». Ayer, día internacional contra la violencia y el acoso en la escuela, un padre planteaba en televisión: «nos obligan a llevar a nuestros hijos y luego no hay protección ni prevención». ¿Cuántas más violencias, cuántas más ilusiones, aprendizajes, expectativas y futuros muertos son necesarios para que reaccionemos?
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