Luz de cobre

Antonio Lao

La ordenanza del ruido de Mojácar

21 de abril 2013 - 01:00

CUALQUIER tipo de juego que genere ruido, como dados, dominó o música en vivo, prohibido; dejar solos a los animales en balcones, patios o zonas comunes, prohibido; gritar, vociferar, cantar o tocar instrumentos musicales, prohibido; hacer obras durante el periodo estival del 1 al 31 de julio, prohibido. Estas y algunas otras son las "perlas" que recoge la nueva ordenanza reguladora del ruido de Mojácar, aprobada en Pleno el 16 de marzo.

Para cualquier neófito o desconocedor de la realidad, la norma que el Ayuntamiento que preside Rosa María Cano ha sacado adelante, puede parecer descabellada. Sin embargo, a poco que se bucee en la realidad y se mire con objetividad lo bendecido por el consistorio, podremos llevarnos una sorpresa positiva en favor de los redactores de la norma y de los políticos que la han certificado. Si hacemos algo de historia y miramos a los municipios turísticos similares a Mojácar comprobamos como algunos han perdido para siempre el visitante de calidad y el que de verdad deja dinero, en favor de mochileros, juerguistas y demás fauna dominguera que no suelta un euro, que lleva hasta el bocadillo y la cerveza al hombro, y para dormir se conforma, si hay éxito, con una pensión barata, cuando no se dejan caer en la arena de una cala cualquiera.

Rosa María Cano busca alejarse de este mundo que tan pocas castañas saca del fuego a aquellos empresarios turísticos que de verdad pretenden solidez, calidad y, sobre todo, imagen turística para llegar a los bolsillos más exigentes. Si bien es cierto que desde el Ayuntamiento no se ha hecho, que se diga, un ejercicio positivo de explicación de la norma, no lo es menos que cuando se lee con detenimiento nos encontramos que difiere bien poco de las aprobadas por otros municipios costeros de este país, que quieren alejarse de la cutrez y el casperío, y se adentran en la excelencia de la calidad. Mojácar y su embrujo se han labrado con los años una imagen notable en Europa. Una imagen de sostenibilidad, de playas cristalinas, hoteles de encanto, restaurantes variopintos y noches, en las que salir a tomarse una copa no tiene porqué ser sinónimo de botellón, latas de cerveza, despendole y playas abarrotadas de potentados de medio pelo.

El pueblo es y debe aspirar a la sublimidad que subyace de las mil y una posibilidades que tiene por su situación, su enclavamiento privilegiado, su historia y un prestigio labrado a cincel y martillo durante muchos años. La nueva ordenanza llega para consolidar lo que existe y no desviarse por el camino de turistas descamisados y borrachos de fin de semana que viven de alcohol barato, bocadillo y playas para dormir.

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