Los paisajes sublimes de Goya

Han sufrido el cuestionamiento de la autoría goyesca por algunos expertos de ojo poco adiestrado

Durante el siglo XVIII, los ilustrados abogaron por una nueva relación del hombre con la naturaleza, de mayor respeto y cercanía. Rousseau propuso una vuelta al origen, un retorno del ser humano -corrompido por la cultura y la civilización- al medio natural, a su esencia y armonía primigenias. Sus teorías tuvieron repercusión en el arte y estética inglesas, motivando un paisajismo -tanto real como pintado- donde la naturaleza se desarrollaba libremente y el hombre disfrutaba de sus deleites. Esta visión generó un arte visual pintoresco, que se extendió por buena parte de Europa. Jovellanos, por ejemplo, hace descripciones con este carácter de los paisajes que descubre en sus viajes. Hacia el final del siglo, y coincidiendo con la estética de filósofos como Kant o poetas como Schiller, aparece el concepto de lo "sublime", que aúna el placer y el horror a un tiempo y representa la pequeñez del hombre ante el espectáculo grandioso -y pavoroso- de la naturaleza, de sus poderes incontrolables. Esta nueva visión, tan turbadora, alumbra el paisajismo arquetípico del Romanticismo. Y como en tantas otras cosas, es acaso Goya el autor más reseñable de la época porque experimenta, en la representación de los paisajes, esta evolución de una forma más clara y contundente. Desde sus retratos a la inglesa, como los de la marquesa de Pontejos o la duquesa de Alba, integradas en sus paisajes bucólicos, hasta sus paisajes imaginados -soñados como alucinaciones- de la época de la guerra y años posteriores. Son estos últimos su mayor aportación a la estética de lo sublime y al paisajismo en la historia del arte europeo. Me refiero a obras como el Coloso del Prado, el Globo de Agén, la Plaza Partida y la Roca del Metropolitan, la Cucaña de Berlín, el Incendio de Buenos Aires, la Mascarada del Puskin de Moscú o la procesión de Zurich. Todas ellas poseen una visión grandiosa del espacio, en el que pulula -atemorizada y subyugada- una minúscula e insignificante humanidad, y están ejecutadas con una alucinante libertad informalista, con calidades matéricas extraordinarias. Y todas ellas han sufrido, inconcebiblemente, el cuestionamiento de la autoría goyesca por algunos expertos de ojo poco adiestrado en la cocina del autor. Sólo este grupo de obras, unidas a otras de asuntos dramáticos y violentos de la misma época que también han sido irracionalmente cuestionadas, merecerían una gran exposición para ser estudiadas nuevamente y para disipar todas las dudas sobre su evidente paternidad.

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