Medio siglo
Equipo Alfredo
Público y privado: el cuarto oxímoron
Ayer se celebró el Día Internacional contra la Violencia Machista. Me viene al recuerdo -un día luminoso de la primavera pasada -la imagen de una mujer reducida a escombros por un puñetazo en pleno centro de Almería, junto al mercado de Abastos. Aquel día se me clavó como un reflejo atroz de una dominación ancestral. Aquel golpe, detenido solo por la intervención fortuita de un policía fuera de servicio, condensaba siglos de ensañamiento, humillación y supremacía masculina.
El policía preguntaba al agresor por el motivo de tan brutal agresión, y hacía bien porque, en cualquier relación tóxica, hay a diario dos o tres motivos opacos que preceden al estallido. Quise entender que preguntaba no por curiosidad, sino porque es nuestra obligación saber cómo funcionan estas personas.
Hay formas primitivas de dominación con las que crecen algunos hombres. Las diferencias territoriales dibujan un mapa desigual de la violencia machista. Almería, por ejemplo, presenta una de las tasas más altas de violencia de género en Andalucía, indicando un problema alarmante y generalizado, más allá de las denuncias registradas.
Esta dominación no surge de la fórmula de un poco de maltrato infantil y dos fracasos amorosos, así, de repente, como una planta venenosa. Son hombres que actúan como si ya fueran sin haber sido, atrapados en su estado primitivo podrido; el producto de una cultura que tolera su supuesta superioridad y les otorga permiso tácito para ejercerla.
Primo Levi escribió que los nazis “no eran esbirros natos, no eran monstruos: eran gente cualquiera”. Esa es la parte más escalofriante de los dominadores en el ámbito de relación con su pareja: no es una deformidad del sistema, sino su producto.
Aquella mujer humillada en el suelo debía conocer largos ratos de desprecios y maltratos. Probablemente no denunció por amor, sino por miedo, atrapada en el asfixiante cerco psicológico del agresor.
Pero yo vi aquella mañana de primavera más fuerza y belleza en el coraje de aquella mujer humillada en el suelo que en la suficiencia dominadora de aquel puño, frío y acerado. La dignidad y la resistencia de aquella mujer superaban con creces el poder del puño.
Nuestro único deber es convertir el coraje de esa mujer en la urgencia de todos para detener el próximo puñetazo.
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