La Rambla
Julio Gonzálvez
Paz y felicidad
HE estado sumido en un profundo coma durante una semana en el que viajé a otra dimensión del universo; una dimensión que nunca antes pude llegar a soñar que existiese". Así arranca el neurocirujano de la Universidad de Harvard, Eben Alexander, su relato en primera persona sobre la vida después de la muerte, una experiencia que le ha hecho creer en la vida eterna y que recogerá próximamente en un libro titulado "Proof of Heaven: A Neurosurgeon's Journey into the Afterlife" (La prueba del cielo: el viaje de un neurocirujano a la vida después de la muerte).
Las tesis de Alexander han generado una intensa polémica en Estados Unidos después de que la revista Newsweek publicase varios extractos del texto. El neurocirujano asegura que antes de vivir esta experiencia había estado bastante alejado de la Iglesia y no creía en la vida más allá de la muerte, pero ahora dice contar con la prueba irrefutable de que estaba equivocado. Precisamente, el debate abierto en torno al relato del médico norteamericano se centra en si una experiencia personal puede ser una prueba científica o no. Para el mayor experto mundial en estos temas, el psiquiatra y filósofo Raymond Moody, no hay duda: "El doctor Eben Alexander es la prueba viviente de que existe vida después de la muerte. Es el caso más asombroso sobre experiencias cercanas a la muerte que he escuchado desde hace más de cuatro décadas estudiando estos fenómenos".
Con todo, este descubrimiento, aunque sorprendente y sobre cogedor, no conmueve, es decir, no tiene porqué producir en nadie la conversión a la fe católica, ni tan siquiera a la fe en Dios. Los discípulos vieron y tocaron literalmente los milagros. Pero llegado el momento del calvario, dejaron a Cristo sólo con su madre y María Magdalena. Incluso después de haberlo visto y tocado con sus propias manos en cuerpo glorioso, no fue hasta Pentecostés, con la venida del Espíritu Santo, cuando se sobrepusieron al miedo de perder su propia vida por anunciar la Buena Noticia. En otras palabras: los hechos no provocaron la fe.
Y es que la fe es un acto personal: la respuesta libre del hombre a la iniciativa de Dios que se revela. Pero la fe no es un acto aislado. Nadie puede creer solo, como nadie puede vivir solo. Nadie se ha dado la fe a sí mismo, como nadie se ha dado la vida a sí mismo. El creyente ha recibido la fe de otro: Cristo. ¿Y cómo llegamos a él? A través de su Iglesia.
Decía el beato Juan Pablo II en 1982: «Es cierto que ciencia y fe representan dos órdenes distintos de conocimiento, autónomos en sus procedimientos, pero convergentes finalmente en el descubrimiento de la realidad integral que tiene su origen en Dios». Asimismo es posible que la neurocirugía haya descubierto la puerta de la vida eterna. Pero quien nos introduce dentro de ella es el que, extendiendo sus brazos en la cruz, abrió las puertas del cielo para nosotros.
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